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La Virgen María y el empoderamiento femenino. Un camino de revalorización de la mujer iniciado por Dios. (A propósito del día internacional de la mujer)



En los últimos años el término “empoderamiento femenino” se ha hecho más presente en el discurso y en la vida social. Es una expresión acuñada por primera vez 1995 en Beijín dentro de la Conferencia Mundial de las Mujeres.

Con esta expresión se busca dar un impulso al reconocimiento de los derechos de las mujeres a participar activamente en los procesos de toma de decisiones políticas, sociales y económicas que le afectan como persona.

De igual forma busca también referir el proceso de concientización de la mujer como ente poderoso capaz de tomar las riendas de su vida en sus manos y así tanto a modo individual como colectivo reconocerse digna y hacer valer su dignidad ante el mundo.

En la actualidad el “empoderamiento femenino” ha trascendido su campo de acción, de lo político y social, de la incorporación de la mujer a las actividades laborales y la reducción de la brecha entre los géneros, hasta la psicología, la superación personal, la maternidad y el matrimonio.

Buscando siempre una posición de equivalencia entre hombre y mujer que parte fundamentalmente del reconocimiento propio de la mujer como persona valiosa, digna y llena de posibilidades.

Ahora bien, es mucho lo que se habla sobre empoderamiento femenino, y últimamente el término escala más como estrategia de marketing que como un proceso verdadero de valorización, reconocimiento y de otorgamiento del poder a la mujer.

Se usa como estrategia política para atraer votos, como estrategia publicitaria para vender cursos que más que apoyar a la mujer lo que hacen es llenar los bolsillos de unos pocos, y a todas estas, vale preguntarnos, ¿Existe tal empoderamiento en la vida real? Pero más allá aun, ¿Existe este empoderamiento en la vida de fe? ¿Qué es realmente el empoderamiento femenino?


El empoderamiento femenino y la Historia de la Salvación



Si volvemos nuestra mirada a la historia, mucho más allá de esa conferencia en Beijín, mucho más atrás de la lucha de un grupo de mujeres por el derecho al voto, mucho pero mucho más atrás, encontraremos a una mujer que supo lo que era el empoderamiento, que supo vivirlo propia y activamente en una sociedad realmente cerrada a la visión de la mujer como persona.

Esta mujer es María, la Virgen, la madre de Jesucristo, el Hijo de Dios. Una mujer que en medio de una sociedad totalmente machista y patriarcal, fue no sólo llamada sino consultada por el mismo Dios para formar parte de la historia de la salvación humana.

Bien lo refiere Lucas en el evangelio de la anunciación, María fue visitada y consultada, se le explicó que fue elegida porque “había hallado gracia delante de Dios”. ¿Qué mayor honor, orgullo y bendición que ser elegida por Dios y además ser consultada?

 A María el ángel le explicó la situación, le dijo que traería un Hijo que sería grande y llamado Hijo del Altísimo y tendría el trono de David.

Con todo lo que ello implica en una mujer formada desde pequeña en la fe, María pudo perfectamente decir que no, sin embargo, la única duda que surgió en ella no fue de su capacidad de aceptar su misión, sino de cómo sería el procedimiento de concepción. Una vez aclarada su duda, ella decidió decir que sí, “Hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38)

Hay que tener una fe infinita, grande, seria y profunda para aceptar una misión de tal calibre, pero a su vez hay que estar muy clara en la vida, en la concepción que se tiene de sí misma como mujer, en la valentía y el coraje necesario para asumir una misión que implicaba como riesgo inmediato, la muerte.

Así la virgen María fue la primera mujer empoderada de nuestra tradición cristiana. Empoderada en tres formas realmente valiosas. La primera, el ser elegida y consultada por Dios para ayudarle en su misión.

Dios mismo toma en cuenta la singularidad de esta mujer, sus atributos, su valía y la eleva a un nivel similar al suyo, le otorga el poder de llevar en su seno a su propio Hijo. Si bien ella no obtendrá la divinidad, en su vientre habitará la divinidad y más aún asumirá la misión de ser la madre y guía de ese hijo.

Una misión nada sencilla y si muy significativa para la historia de la mujer, que de pecadora en el edén se vuelve así por recapitulación, como bien lo explica San Ireneo, la que abre las puertas de la salvación.

La visión de lo femenino en la historia ya no estará marcada por el mal sino por el bien, por la valentía, la fuerza y la fe de una mujer empoderada por Dios. ¿Y de quien más se necesita un reconocimiento y una revalorización de las cualidades y atributos femeninos sino es del más poderoso de todos?

La segunda forma de empoderamiento de la Virgen María, recae en ella misma, en la propia concepción que tiene de sí, en sus capacidades para asumir una misión de vida que le causaría dolor pero a su vez grandes satisfacciones aunque se las reservara.

Vemos así su entereza no sólo para asumir su maternidad si no para salir al encuentro del otro y ponerse en servicio como lo hace con Isabel y con cada persona que en su camino se va cruzando. Así se vuelve una mujer que apoya, que lucha y construye un mundo nuevo marcado por el amor al prójimo, el servicio y la fe.

María no se queda sentada esperando ser tratada como una reina o como la esposa de Dios, no, ella acepta su misión y al nacer el niño es advertida, Simeón le anuncia un camino de sufrimiento, pero un sufrimiento que en el amor de madre compartimos todas, ese camino de velar por tu hijo y que aquello que le ocurra también te afecte a ti.

En la maternidad de María encontramos valor, sacrificio y lucha. Tuvo que huir y escapar para salvar la vida de su hijo pequeño como hoy también, escapan y migran miles de mujeres.

Tuvo que hacerse cargo de un hogar y antes de ello vivir la pobreza de dar a luz en un establo sin que por ello su dignidad de mujer hija de Dios y creada a imagen suya se viese disminuida.

Supo albergar en su corazón cada signo de contradicción y usarlo a beneficio de la construcción de una identidad de valentía y de humanidad en su propio hijo, pues no debemos olvidar nunca que antes de su misión en la Tierra Jesús fue formado y educado por su madre.

Fue María una madre empoderada, que hizo de su camino de maternidad una escuela de valores y un hogar de amor. Fue una mujer que nunca miró con desagrado su misión, que nunca se quejó ante las dificultades sino que les hizo frente. Eso es poder, eso es empoderamiento personal.

En su caminar junto a Jesús ya adulto María fue también la garante de que la misión del Hijo iniciara. En las bodas de Caná, en su preocupación constante por servir a los demás, María le comenta a su hijo que se ha terminado el vino, una situación que en nuestra sociedad sería una nimiedad pero que para le época representaba un gran bochorno.

La respuesta del hijo es dura, “¿Qué tengo yo contigo mujer? Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2,4), es una respuesta que aún en la actualidad es fuerte para cualquier madre. Pero que en María simplemente activó su poder de madre y acto seguido, sin mediar palabra alguna, solicita a los sirvientes que “hagan lo que él les diga”, a lo que Jesús, como Hijo del todo poderoso, pero también de María, se ve obligado a actuar.

Yo en lo personal no paro de recrear esta escena en mi mente, ¿Cómo sería? Jesús Hijo de Dios, obedeciendo a su madre, no por deber, no por amor, no por obligación, sino simplemente por ser mu madre. Y María, confiada en su hijo, no por su obediencia, no por su poder, sino porque simplemente es su Hijo y lo conoce.

Eso es empoderamiento, la maternidad, es el empoderamiento de la mujer sobre la obra misma de Dios, es su colaboración y su participación en la continuidad de la vida y en la construcción de un mundo más humano, más justo, más digno.

En la actualidad busca confundirse el empoderamiento femenino con la maternidad subrogada, que no es más que el uso del don de de la maternidad de unos a beneficios de otros, o mejor dicho del ejercicio del poder de unos sobre otros.

O peor aún, la negación a la maternidad a través del acto de homicidio de la madre sobre su propio hijo como lo es el aborto.  Una negativa total y abrupta no solo al don de la vida que es la maternidad, sino a la dignidad de la mujer en lo que forma parte de su esencia femenina. Eso no es empoderamiento, ni derecho, eso es volverse uno con el machismo del que se ansía separarse.

Pero volviendo a María, la tercera forma de empoderamiento de la Virgen, sobre pasa la decisión de Dios de elegirla y su propia fortaleza como mujer de asumir sus roles femeninos con poder y sabiduría. Va más allá aún y la encontramos a los pies de la cruz en el Gólgota.

Es Jesús mismo quien antes de morir eleva a su madre otorgándole el papel de ser madre de la humanidad, madre de la Iglesia. “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26) son las palabras de Jesús para su madre, el momento exacto en el que María pasa de ser la madre del Hijo de Dios para ser la madre de todos los cristianos y de la Iglesia naciente.

Este momento no es más que el reconocimiento de Jesús de toda la labor que viene desempeñando la virgen junto a Él a lo largo de su vida y la petición, ahora, con rango de autoridad, de continuar la misión junto a sus discípulos.

María se vuelve así, la madre de cada cristiano, ella ora junto a la comunidad naciente, ella vela con ellos y es justo donde ella se encuentra reunida que el Espíritu Santo hace su aparición en pentecostés. Es María siempre, la elegida, la empoderada, por la Trinidad y por ella misma.


Repensar el empoderamiento femenino



Pensar en un empoderamiento de la feminidad sin tomar la figura de la Virgen María, es quedarnos cortos en todo lo que una mujer puede ser.

Más que hablar de empoderamiento de la mujer habría que hablar de repensar el poder de la mujer en todos los aspectos de la vida. Como hija, esposa, madre, profesional, servidora y creyente.  Especialmente como creyente.

El camino actual del pensamiento humano está conduciendo a pensar la feminidad y sus atributos como un estorbo, y lo más triste es que cientos de mujeres se han apegado a esta ideología.

Una línea de pensamiento que mira la maternidad como un estorbo, el matrimonio como un mito irrealizable, la castidad como una bobada, la sexualidad femenina como objeto y la igualdad de géneros como una meta.

Nada más errado si lo que se aspira es la revalorización de la mujer como lo que es, como lo marca su esencia misma, su feminidad, su biología y su dignidad.

La maternidad es propia de la feminidad, negarla, subrogarla o ponerle fin con el aborto, no es más que darle rienda suelta a la irresponsabilidad de algunos portadores del género masculino y seguir dándoles la libertad de no asumir las consecuencias de sus actos.

Ver el matrimonio como un mito, es abrir las puertas al uso de la sexualidad de la mujer como un objeto, lo que paradójicamente dice que combate, pero que a su vez refuerza con el uso de su propio cuerpo femenino como objeto. (Si, así de contradictorio es el pensamiento feminista)

Pensar en una igualdad de géneros, donde la mujer llega a imitar y copiar las actitudes y acciones del hombre, no es hablar de empoderamiento. De hecho, el feminismo no es empoderamiento.

Recientemente SS Francisco ha expresado que el “feminismo es un machismo con faldas” y cuánta razón tiene. La lucha por la igualdad en los derechos no debe confundirse con la exigencia de la equidad de los géneros, pues eso es negar radicalmente las diferencias y los atributos que como mujeres tenemos y que nos vuelven incluso más fuertes, más ricas en cuanto a experiencias de vida, más humanas.

El empoderamiento femenino de la mujer creyente es aquel que se asemeja al de la Virgen María, el que reconoce sus propios dones y atributos femeninos como una diversidad que la revaloriza.

Una mujer empoderada realmente, sabe que es fuerte porque en su naturaleza está dar vida, cuidar de esa vida y conducirla a ser lo mejor que como ser humano pueda ser.

El empoderamiento de la mujer y en especial de la mujer cristiana, parte del reconocimiento como hija de Dios, hecha a su imagen y semejanza, se centra en la relación de su feminidad con su entorno, desde todos los roles en los que se desenvuelva, y trasciende su propio ser para multiplicarse en esos otros a los que desde su amor y su humanidad es capaz de servir ya sea como madre, esposa o profesional.

Incluso en el ámbito sexual, una mujer empoderada realmente reconoce que su sexualidad es también un don de Dios, y no permitirá el aprovechamiento de su ser por parte de algún inescrupuloso que no tenga en su bien las intenciones sinceras de una vida compartida.

El empoderamiento en la vida de la mujer y especialmente en la mujer de fe, cruza la mirada de Dios, su amor, su misericordia, el reconocimiento de su valía como en la Virgen María y a su vez el perdón de sus miserias como tuvo a bien Jesús con la mujer adúltera.

En lo particular creo que un empoderamiento de lo femenino que me ponga a la par del género masculino, ni me agrada ni me convence. Un empoderamiento femenino, bien pensado, debe conducirnos, como a la Virgen María a reconocer nuestras propias virtudes y a caminar por la vida confiadas en que nuestro valor verdadero proviene de Dios quien desde hace mucho ya nos ha diseñado a su imagen y nos ha hecho participes de su obra creadora con el don de la maternidad.

Hoy, que celebramos una vez más el día Internacional de la mujer, vale la pena que como mujeres, nos detengamos un momento, fijemos la mirada en la Virgen María y nos preguntemos si hoy en pleno siglo XXI somos tan empoderadas, dueñas y señoras de nosotras mismas como ella lo fue.

Es paradójico que tras más de dos mil años, sigamos combatiendo una lucha por la equidad de géneros más que de derechos, cuando en la feminidad la mujer tiene un sinfín de ventajas y experiencias enriquecedoras que la empoderan solo por el hecho de ser mujer, de ser diferente.

La Virgen María hace muchos siglos demostró lo que es ser una mujer verdaderamente empoderada, una mujer que colmada de atributos, no los pregonó sino que los empleó en su misión de vida alcanzando así el más alto honor en la historia de la salvación.

Ese es el camino, el empoderamiento femenino verdadero, el que asume su naturaleza, su rol y su esencia y enfrenta la vida cargada de valentía y de fe. Que usa sus capacidades para avanzar en su misión. La invitación para la mujer creyente es sencilla: seguir el ejemplo de María, una mujer verdaderamente empoderada por sí misma y por Dios.  

Prof. Msc. María Luisa Angarita
Diplomada en Teología Católica 







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