Al borde de la distopía
-María
Luisa Angarita-
No
hace falta leer noticias ni pegarse a Twitter para darnos cuenta de nuestra
realidad aciaga, nuestra Venezuela tan flamante y exuberante camina a paso firme
hacia su auto destrucción (¿o ya llegamos?), al mejor estilo de las novelas
ficticias y apocalípticas donde las distopías reinan y el protagonista sufre en
la crueldad de su destino. Aquí el protagonista somos todos, tanto los que
sufren como quienes conducen al país a esa condición distópica. Lo más
lamentable es que si bien hay un origen directo de la mala administración
política, también hay mucho de la forma cómo el venezolano ha asumido la
situación en los últimos años, entre la resignación y la viveza. Cada vez son
mayores la formas de corrupción y en ellas ha caído también el venezolano de a
pie, el que en vuelto en la necesidad de alimentar a su familia colabora con el
proceso destructivo que nos envuelve al tener que comprar productos a sobre
precios y sin otras escapatorias pues o pagas a precios altos o no alimentas a
los tuyos, o aún peor el que puede pasar horas de colas frente a un
supermercado no para consumir lo que adquiere sino para revenderlo a precios
exorbitantes, abriendo las puertas a la desvalorización del otro, al egoísmo y
a la conversión del sujeto en objeto en un intento de supervivencia cada vez
más denigrante.
Con
sólo recorrer las calles de cualquier ciudad podemos constatar la debacle de
esta sociedad que otra era llena de cordialidad y esperanza; ahora vemos largas
filas de personas intentando comprar algo (lo que sea) a la vez que aumentan
los niños pidiendo en los semáforos, las familias comiendo de la basura, las
mascotas abandonadas y la delincuencia, está última cada vez más cruenta, sin
ningún tipo valor por la vida del otro. Esto por lo cotidiano, por lo que vemos
en el transcurso de los días, atrapados en la conflictividad y el clima de
tensión que genera. Todos expuestos y sometidos a la amargura, el recelo y la
desconfianza.
Pero
la realidad más cruenta, la que más nos aflige y nos condena como sociedad por
no hacer nada más que distanciarnos en la indiferencia, es la de las personas
que sufren enfermedades o condiciones médicas serias y que mueren día tras día
sin encontrar opciones ni esperanzas. Cada vez son mayores los casos de niños
que mueren a falta del tratamiento para el cáncer o por no poder acceder a
cirugías serias de urgencia, bien porque no hay recursos, bien porque no
existen en el país ni el personal capacitado ni las condiciones necesarias para
tales intervenciones. Cada día aumentan en las redes sociales las cuentas de
niños y adultos con casos médicos que solicitan el apoyo de todos para lograr
la causa de preservar la vida, porque lo que antes era un derecho nato de todo
ser vivo ahora es una dádiva que depende en gran medida de la solidaridad del
otro, porque en esto gracias a Dios si sabemos ganarle a la desidia, le ganamos
en generosidad, en solidaridad y caridad, en hacernos prójimos del que sufre.
Los
venezolanos caminamos por la delgada línea que divide nuestra realidad de una
sociedad distópica, ¿o ya lo somos?, resulta difícil distinguir si nos estamos
hundiendo o si ya llegamos al fondo, ¿cuánto nos falta para reaccionar?, la
resignación parece ser el camino elegido por una mayoría que no hace más que
sobrevivir, sin ánimos ni fuerzas para defender el futuro, ensimismados en un
presente que agota y adoctrina. Se nos está olvidando la dignidad, la dejamos
perder entre las colas de noches y días por un alimento que no llega, por un
medicamento inexistente, por una esperanza vana que se nos cuela entre las
manos sin poder retenerla. Unos ponen en el límite al otro, unos se benefician
de la debacle en una falsa ilusión de control que no beneficia a nadie y que
nos hunde a todos. En el intento de supervivencia se nos van perdiendo los principios,
el respeto, el valor por la vida y la dignidad del otro, mal y bien luchan rítmicamente,
sin la conciencia clara de lo que somos y de lo que estamos perdiendo, sin la
convicción firme de que más allá de la política y los errores humanos, todos
tendremos al final que rendir cuentas.
Pero
quizás es justo eso lo que nos falta, la conciencia y creencia en un ser mayor
que tarde o temprano nos exigirá cuentas. Mientras el venezolano siga a la
espera de un cambio de modelo gubernamental y no hagamos nada por regresar a
los valores, bien desde la fe o bien desde los principios ético morales ahora
en desahucio, continuaremos caminando el borde de la distopía, esperando sólo
un último empuje para ser esa sociedad totalmente contraria a la utópica
Venezuela del progreso.
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