Sobre
el Silencio
-María
Luisa Angarita-
Hay
un silencio inverosímil en lo que decimos, en las voces que nos acosan sin
descanso, un silencio como el viento con suave murmullo y ráfagas de gritos
agolpados en el alma. No es tarea simple ni sencilla controlar nuestras voces,
ni mucho menos el eco sibilante de lo que callamos. Callar o decir he allí el
dilema, desbocarnos en palabras incomprendidas o enfrentar la lenta eutanasia
del silencio. En el principio todo era silencio y luego Dios habló para crear
el universo, al hablar rompió entonces el silencio ¿creó las palabras o ya
existían? Debieron existir en su mente porque sin palabras ¿qué otro modo
tenemos de entender el lenguaje?. Creó entonces Dios la palabra y le cargó del
poder sobrenatural de crear, ser, hacer y hasta destruir, siendo este quizás
el peor de sus aspectos. Por medio de la palabra hizo las cosas, el universo, el
planeta y todo lo que lo habita, y sin pensarlo o quizás con toda la intención
puesto que no podemos suponer que Dios no pensara lo que hacía, creó también el
tiempo. Esa invención indetenible, galopante de la vida y sus hazañas,
condición inexorable de todo lo que existe.
Creó
Dios el tiempo y le fue creando por días ¿o fueron años o siglos? Lo mismo da
en tiempos teológicos, aunque no para los mortales condenados a su tormento. A veces
a prisa y otras con calma el tiempo transcurre en la vida de cada uno sin
importar los daños ni las guerras, las victorias o las palabras. Se conjugan
entonces en un solo ser, en una sola realidad ontológica como en un baile
eterno y parsimonioso el tiempo y la palabra, que no se entienda aquí la
palabra de vida o las palabras en su general acepción, si no la palabra de los
primeros días, la palabra creadora. Tiempo y palabra unidos en un mismo
encanto, caminan o bailan, a veces discuten, pero jamás consiguen separarse,
acompañan siempre al hombre en sus pasos, en sus tropiezos y caídas, en sus victorias
y resurrecciones.
No
se puede avanzar sin tiempo, tampoco caerse ni levantarse sin que el tiempo con
su dócil caricia calme las heridas y entre la canosidad de sus manos nos
restaure el alma, ¿o es Dios?. En realidad lo que el tiempo hace en nosotros ya
es obra de ese ser que lo creara, y en el crear volvemos entonces al origen, a
la palabra creadora, poética, reveladora que nos arropa bien para construirnos
o bien para destruirnos, según su uso, pero siempre para transformarnos. No hay
manera alguna de entender su poder, algunas almas simplemente carecen de la
comprensión de su importancia, van por la vida diciendo sin decir, caminando
sobre los escombros que a su paso dejan. Otros, los más osados, nos encargamos
de construir, de crear, de pelear con ellas hasta convertirlas o en su mejor
caso, mientras nos convierten, danzamos junto a ellas el baile parsimonioso del
tiempo y nos asimos de su encanto mientras vamos dejando nuestros átomos y todo
nuestro ser en las líneas que algún otro habitará seguramente en la infinitud
de los tiempos teológicos que nos acompañan.
Y
es justo en el danzar del tiempo y la palabra, en ese mismo instante donde nos
volvemos creación que crea, donde el silencio, como un viejo sabio añejado por
la vida, hace su acto de presencia y nos atrapa. Una vez que aparece suele
quedarse, se aferra a nuestros más recónditos pensamientos para acallarnos,
para ir lentamente examinando lo que con las palabras hacemos o deshacemos e
introducir los cambios que requieran o en un su peor actuar, para enmudecernos.
Empieza de nuevo la lucha, ya no con la palabra liberadora de males, sino con
el silencio que nos marca con la impronta de su calma y nos exige además no
decir, no escribir, no pensar, no comunicar mientras nos sumerge en el abismo
de la duda, en la otra lucha de los hombres del no saber. Decir o no decir, esa
es la cuestión, arriesgarnos a la palabra que libera y compromete, o quedarnos
atrapados en el silencio enmudecedor y las resonancias intolerables de su eco. Porque
siempre tras el silencio el tormento queda, las voces de lo silenciado aparecen
cada tanto para recordarnos su existencia, mientras que lo dicho zanja de una
vez el asunto y ya sea para bien o para mal, que toda palabra tiene ambos genes
en su conformación, nos libera y exorciza de nuestros demonios.
Así
la palabra y sus reminiscencias, el poder creador y su silencio, caminan con
nosotros lentamente, en el proceso diario de expresar, de construir, que
algunos destruyen más de lo que construyen (aunque aquí evidentemente no
hablamos de quienes conocen el poder de las palabras), en fin, la lucha interna
y siempre latente del proceso creador. La palabra entonces como ente creador
libera y aprisiona en su juego existencial, nos eleva y nos lanza contra las
rocas mientras el silencio acecha cada paso, siempre dispuesto a corregir,
siempre preparado para silenciar, palabra y silencio se contraponen como una
especie de duelo entre lo que se expresa y lo que se calla, ambos confluyen en
el tiempo, bailan y se apegan a su ritmo en el perfecto espacio para sanar y
liberar lo silenciado, lo que de algún modo consigue la luz y se enuncia. Silencio
y palabra, voz y tiempo es la batalla constante en el poema, en lo que
trasciende a la creación, el ser ontológico de la poesía que definitivamente es
una invención del tiempo.
Muy interesante, me sumegi en un inmenso silencio a altas horas de la noche pensando en que momento se creó el tiempo, porque y para que. De no existir no diría "a altas horas de la noche" simplemente, me sumegi en un inmenso silencio deleitandome de lo que leía.
ResponderEliminarPara una persona que no puede hablar ni escuchar, ¿existirán las palabras? Igualmente puede ver todas las maravillas de nuestro creador sin necesidad de romper el silencio en el que tal vez se crearon las cosas.
Ahora, un ciego no puede ver todas estas maravillas, pero las puede sentir y tiene la capacidad de romper ese silencio con Palabras. Pero entonces me pregunto, ¿Dios creó las cosas con palabras en su pensamiento? O tal vez tenía la mente como la de esa persona que nace sordomuda y no conoce palabras.
En este momento me acorde de una cita bíblica: Juan 1,1
Se que dices que no se entienda como palabra de vida, pero inevitablemente me vino a la mente esa cita.
Definitivamente me gustó mucho y quede sin palabras, en silencio y sin importarme la hora ni el tiempo que me tomaría volver a leerlo.
Muy interesante, me sumegi en un inmenso silencio a altas horas de la noche pensando en que momento se creó el tiempo, porque y para que. De no existir no diría "a altas horas de la noche" simplemente, me sumegi en un inmenso silencio deleitandome de lo que leía.
ResponderEliminarPara una persona que no puede hablar ni escuchar, ¿existirán las palabras? Igualmente puede ver todas las maravillas de nuestro creador sin necesidad de romper el silencio en el que tal vez se crearon las cosas.
Ahora, un ciego no puede ver todas estas maravillas, pero las puede sentir y tiene la capacidad de romper ese silencio con Palabras. Pero entonces me pregunto, ¿Dios creó las cosas con palabras en su pensamiento? O tal vez tenía la mente como la de esa persona que nace sordomuda y no conoce palabras.
En este momento me acorde de una cita bíblica: Juan 1,1
Se que dices que no se entienda como palabra de vida, pero inevitablemente me vino a la mente esa cita.
Definitivamente me gustó mucho y quede sin palabras, en silencio y sin importarme la hora ni el tiempo que me tomaría volver a leerlo.
Jeje volver a leerlo, no enviar el comentario dos veces. Simplemente me equivoqué
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