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Trabajo, familia y dignidad humana en Venezuela: un acercamiento a la Rerum Novarum 125 años después.


Trabajo, familia y dignidad humana en Venezuela: un acercamiento a la
Rerum Novarum 125 años después.

Por: María Luisa Angarita.

            Hace 125 años atrás, cuando en diferentes países desarrollados del mundo se imponían como ideal político y social el Marxismo y el Socialismo, augurando cambios sociales en favor de los pobres y de los trabajadores, la Iglesia Católica fijó su posición desde una visión coherente y objetiva que aún hoy día se mantiene vigente. Lo hizo el Papa León XIII con su carta encíclica “Rerum Novarum”.

            El Papa León XIII solicitaba ver la nueva realidad desde una perspectiva más clara, a la luz de la verdad del Evangelio. Abogaba si por los pobres como lo hizo Cristo y cómo ha sido la Doctrina Social de la Iglesia desde sus inicios, pero lo hizo desde la concepción clara y firme de que no se podía luchar por los pobres acentuando aún más la diferencia social ni valiéndose de ella políticamente para sembrar odio en los corazones de los menos favorecidos “los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación.” (R.N. #2)  Ya se vislumbraba una forma de política ideológica que se valía y aún hoy se vale de acentuar las diferencias de las clases sociales en vez de promover la integración, el trabajo cooperador y el progreso.


            Así como en aquellos años, el socialismo y el marxismo causaban estragos en la sociedad, despojando de la empresa privada a sus legítimos dueños para administrarlas unos pocos sin beneficiar mucho tampoco a los trabajadores o proletarios, hoy día este mal no se ha disipado y vemos con tristeza como causa destrozos y hunde en la pobreza no sólo a los ricos a los que pretende despojar de sus bienes, sino a cada habitante de nuestro país. Tal como sucedía en 1891, época en la que León XIII publica su encíclica, igual ocurre hoy. El socialismo, centrado sólo en mantener ideales de igualdad y equidad no logra en la práctica cumplir lo que promete. Tras diecisiete años de socialismo y a pesar de haber fracasado como sistema económico en los diferentes países donde fue instaurado, a pesar de la exhortación del Papa León XIII, de Pablo VI y de cada uno de los Pontífices de la Iglesia Católica que han presentado su visión y su magisterio al respecto, hoy son más los ciudadanos (hijos todos de Dios) que ven pisoteada su dignidad y calidad de vida en manos de un sistema anárquico, opresivo y atroz que no sólo quita al rico sus bienes, sino que termina de sumir al pobre en mayor pobreza.

Papa León XIII

Tres elementos fundamentales plantea la Doctrina Social de la Iglesia como prioritarios para la vida del hombre en todos sus aspectos, estos son: trabajo, familia y dignidad humana. Por dignidad humana se entiende todo el hombre en su ser físico, psicológico, espiritual, antropológico y ontológico, el ser humano tiene una dignidad superior por ser hijo de Dios, todo lo que se hace a nivel social como política de estado debe respetar la dignidad humana. La educación, la cultura, incluso la fe debe encaminarse en función a respetar la dignidad del hombre, por ello, el trabajo es fundamental, todo ser humano debe tener acceso al trabajo y a un salario que le garantice el acceso a una vivienda, alimentación suya y de su familia así como los bienes que necesite para una vida de calidad. No se trata de opulencia, pero tampoco de mendigar por una vida justa cuando trabaja diariamente con todo su ser, “cabe afirmar con verdad que el medio universal de procurarse la comida y el vestido está en el trabajo” (R.N. #6)

El trabajo implica también un derecho a la propiedad, tanto a tener como propio aquello por lo que se ha trabajado como el ingreso, o a adquirir con el fruto del trabajo bienes y poder incluso asociarse y tener su propia tierra o empresa que le ayude a mejorar económicamente así como a quienes trabajen en ella, así el trabajo se vuelve una red que se va extendiendo a medida que nuevas empresas van surgiendo. Por ello, el derecho a la propiedad privada es fundamental, aunque no absoluto, la doctrina social de la iglesia plantea que sobre la propiedad privada debe existir la primacía del bien común, esto es, ningún derecho a la  propiedad debe pasar por encima del derecho del bien común, todo lo contrario debe garantizarlo. En este sentido, si una empresa o tierra está siendo utilizada sólo para el beneficio de unos poco, deben tomarse medidas que permitan el acceso a esos bienes a la sociedad. Esto contrasta mucho hoy día con lo que ocurre en nuestro país, donde lo privado que favorecía a muchos en cuanto a trabajo y bien común, pasó a manos públicas que agotaron los recursos y beneficiaron a pocos con la medida.

            Tristemente hoy nuestra Venezuela retrata una realidad quizás hasta peor que la que vivió el Papa León XIII, y es peor porque para un país que debía ir en vías de desarrollo y progreso es un gran retroceso seguir medidas económicas que nunca beneficiaron a ningún pueblo. Actualmente la dignidad del hombre venezolano se encuentra pisoteada por una corrupción tan arraigada y desmoralizante que se ha extendido incluso hasta los sectores más humildes, vivimos en un país de corruptos, donde desde el político hasta el vecino se encuentran viciados por un sistema que atesora con mayor ahínco el bien propio por encima del común, y que se evidencia a diario con el mercado negro (dólar paralelo, bachaqueros, etc.) Un sistema que denigra al hombre, que lo hace ir contra sus principios morales y que ha torcido todo aquello por lo que en un principio luchaba: “la igualdad y justicia social”, ahora somos cada vez más injustos, más desiguales y más anárquicos, lo que ya León XIII describía:

       Pero, además de la injusticia, se deja ver con demasiada claridad cuál sería la perturbación y el trastorno de todos los órdenes, cuán dura y odiosa la opresión de los ciudadanos que habría de seguirse. Se abriría de par en par la puerta a las mutuas envidias, a la maledicencia y a las discordias; quitado el estímulo al ingenio y a la habilidad de los individuos, necesariamente vendrían a secarse las mismas fuentes de las riquezas, y esa igualdad con que sueñan no sería ciertamente otra cosa que una general situación, por igual miserable y abyecta, de todos los hombres sin excepcíón alguna. De todo lo cual se sigue claramente que debe rechazarse de plano esa fantasía del socialismo de reducir a común la propiedad privada, pues que daña a esos mismos a quienes se pretende socorrer, repugna a los derechos naturales de los individuos y perturba las funciones del Estado y la tranquilidad común.(R.N. #11)

            Nuestros sectores de producción han decaído gracias a una política que a través de expropiaciones constantes e infundadas despojó todo lo productivo de la mano de sus inversores para entregarlo a manos del estado y de sectores y sindicatos populares que consumieron los recursos y dejaron en la quiebra todo lo expropiado ocasionando así un caos peor que el inicial, dejando sin empleo a quienes en esas empresas laboraban y a sus antiguos dueños. Hundiendo aún más en la miseria al país, cercenando el derecho a la alimentación y al sustento pues hasta las tierras que producían fueron expropiadas para convertirse luego en grandes desiertos y por ende en hambre y escasez.

            Nuestra dignidad cada día que transcurre es más pisoteada, ya no hay siquiera respeto por la vida. La familia, célula fundamental de la sociedad, es cada día más maltratada y cercenada en sus derechos a la vivienda, alimentación, vestimenta y educación, una sociedad que veja a la familia no tiene ningún futuro promisorio, ya lo anunciaba León XIII hace más de un siglo:

Es ley santísima de naturaleza que el padre de familia provea al sustento y a todas las atenciones de los que engendró; e igualmente se deduce de la misma naturaleza que quiera adquirir y disponer para sus hijos, que se refieren y en cierto modo prolongan la personalidad del padre, algo con que puedan defenderse honestamente, en el mudable curso de la vida, de los embates de la adversa fortuna. Y esto es lo que no puede lograrse sino mediante la posesión de cosas productivas, transmisibles por herencia a los hijos. Al igual que el Estado, según hemos dicho, la familia es una verdadera sociedad, que se rige por una potestad propia, esto es, la paterna. Por lo cual, guardados efectivamente los límites que su causa próxima ha determinado, tiene ciertamente la familia derechos por lo menos iguales que la sociedad civil para elegir y aplicar los medios necesarios en orden a su incolumnidad y justa libertad. Y hemos dicho «por lo menos» iguales, porque, siendo la familia lógica y realmente anterior a la sociedad civil, se sigue que sus derechos y deberes son también anteriores y más naturales. Pues si los ciudadanos, si las familias, hechos partícipes de la convivencia y sociedad humanas, encontraran en los poderes públicos perjuicio en vez de ayuda, un cercenamiento de sus derechos más bien que una tutela de los mismos, la sociedad sería, más que deseable, digna de repulsa. (R.N. #9)

            La cita, aunque larga, nos sirve para iluminar este punto. Sin derechos ni garantías, ni nada que proteja a la familia, nuestra sociedad actual, viciada por un sistema de anarquía y abusos ha perdido todo norte positivo. Con un sistema estatal que no reconoce sus fallas y que constantemente las aumenta, resulta difícil concebir otra esperanza que no sea en Dios. Es justamente aquí dónde el ejemplo de vida de la familia cristiana entra en juego. Es su testimonio de fe y confianza en Cristo Jesús y en la divina providencia de Dios así como la coherencia de su obrar diario con su fe lo que permitirá a nuestra sociedad venezolana salir del atolladero. El trabajo, la fe inquebrantable y la lucha por un futuro mejor desde núcleos familiares que siembren valores y contribuyan con su ejemplo y servicio en mejorar la sociedad.

            Ante una sociedad anárquica que destruye a su paso todo cuanto podría tener de bueno y que ha perdido todo respeto por la vida y el bien del prójimo, es menester que volvamos la vista a nuestro origen primigenio, recordar que como hijos de Dios tenemos una dignidad inalienable y que debemos rechazar todo aquello que perturbe nuestra paz y la de nuestras familias. Debemos unirnos en una misma visón por el progreso y el avance, conscientes de que nuestro paso por la tierra es sólo temporal y que el bien material debe ser el fin último, pues nuestra misión es construir el reino de Dios en la tierra.

            Finalmente, aunque someramente hemos repasado algunos de los elementos de la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII, resulta evidente como hoy a 125 años de su publicación, continúa siendo vigente en las condiciones actuales de nuestro país. El Sumo Pontífice nos hacía un llamado a la reflexión, a luchar por una justicia social verdadera y a no caer en las tentaciones de sistemas fracasados que sólo generan mayor pobreza y odio. Hoy no queda más que aprender a escuchar o leer los consejos de los Papas -que ya nos habían advertido y nosotros mismos nos lanzamos por el camino equivocado- y trabajar, desde la familia o desde cualquier ámbito donde nos desenvolvamos por un futuro más promisorio.

Volvamos a la vanguardia, a innovar y emprender el cambio, una mejor sociedad es siempre posible desde la fe, aceptando la luz de Cristo no subjetivamente sino con toda la objetividad y consciencia de que su propuesta evangélica es la clave para un futuro mejor, un futuro en el que ciertamente no prometió eliminar el sufrimiento de la vida, como lo afirma León XIII, pero en el que las tribulaciones se convierten en “estímulo de virtudes y materia de merecimientos, hasta el punto de que ningún mortal podrá alcanzar los premios eternos si no sigue las huellas ensangrentadas de Cristo. Si «sufrimos, también reinaremos con El»” (R.N. #16). Vayamos pues de la mano de Cristo, sembrando los principios cristianos y trabajando por una sociedad verdaderamente justa y coherente.









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