Exégesis
y Magisterio. Hacia el camino correcto de la interpretación bíblica.
-María Luisa Angarita-
“las palabras de
Dios expresadas con lenguas humanas
se han hecho
semejantes al habla humana,
como en otro
tiempo el Verbo del Padre Eterno,
tomando la carne
de la debilidad humana,
se hizo semejante
a los hombres.”
Dei Verbum
En
el proceso de interpretación de un texto ya sea literario, científico o
bíblico, siempre entran en juego varios factores que influyen directamente
tanto en la comprensión como en el análisis que hacemos del mismo. Estos
factores varían en función a los métodos de análisis utilizados así como del
nivel de conocimiento y experiencia de vida de quien se enfrenta al texto. De
allí que toda interpretación se encuentre matizada siempre por dos condiciones
propias del ser humano que confluyen entre sí: la objetividad y la
subjetividad.
Se
puede realizar un análisis objetivo del texto siempre que se sigan las
estructuras propias del método de análisis escogido, no obstante esta objetividad
es relativa ya que siempre va a influir el modo de pensar de quien interpreta y
en el caso de la Exégesis Bíblica esta subjetividad de quien interpreta
requiere de especial cuidado. No es igual tener un modo especial de ver la
realidad social o política de un entrono, o una forma diferente de interpretar
una novela de caballería, que hacer exégesis cargados de subjetividad, incluso
peor resulta cuando el exegeta desconoce la carga subjetiva que lleva consigo.
Cuando
se hace un análisis del texto bíblico se está intentando darle un sentido más
humano a la Revelación y esto implica influir directamente en la fe de aquel a
quien va dirigida la interpretación del exegeta. Por ello y para intentar
mantener la interpretación bíblica lo más fiel posible a la verdad Revelada, la
Iglesia Católica ha establecido ciertos parámetros para el estudio bíblico que
implican la Tradición y el Magisterio.
En
este sentido el Papa Emérito Joseph Ratzinger en su “Ponencia con ocasión de los cien años de la constitución de la
Pontificia Comisión Bíblica” hace una revisión de los cambios que a través
de la historia ha tenido que realizar el Magisterio y la Pontificia Comisión
Bíblica para guiar el trabajo exegético y teológico, y dedica especial atención
a tres temas que han marcado siempre a teólogos y exegetas: el método utilizado para el análisis, la
subjetividad de quien interpreta y la libertad del exegeta para realizar su
labor.
Para
Ratzinger es importante que el método de estudio en interpretación de las
escrituras sea lo suficientemente objetivo y que debe existir de parte de los
Pastores de la Iglesia una constante revisión y corrección de las ideas que
puedan afectar la fe. Explica cómo el método histórico-crítico y la
hermenéutica fueron ganando su lugar en el que hacer teológico y sostiene que
más allá de la forma como se hace la exégesis hay que considerar la libertad
que tiene el exegeta. Una libertad que para algunos es condicionada, en
especial si se toma en cuenta la “libertad” de los exegetas protestantes, pero
que en realidad se encuentra enmarcada en el plano certero de la fe a la luz de
la Revelación.
Ratzinger
afirma que “la libertad puede destruirse a sí misma; cuando pierde su sentido
intrínseco se autosuprime.”[1] Para él, la libertad que
no cuida de sí misma, que se aventura en el análisis de la biblia de un modo
subjetivo o que sobre valora el método analítico, deja de ser libertad para
convertirse en apariencia, así “una objetividad, que es pura solo en
apariencia, hace que desaparezca lo propio y específico de la sagrada
Escritura”[2]. Por ello hace referencia
a dos acontecimientos claves en la interpretación bíblica, la Constitución
Dogmática Dei Verbum y la integración que posteriormente surgiera entre
Magisterio y los exégetas tras el Motu Proprio “Sedula Cura” de Pablo VI en
1971, con el cual se reorganizó la comisión bíblica.
La Constitución Dogamática
“Dei Verbum” sobre la Divina Revelación no solo hace una revisión de la
Revelación, sino que además de definirla establece el patrón más claro del
trabajo exegético y teológico. En el apartado N° 10 especifica lo siguiente:
La
Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito
sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia […] el encargo de
interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido
confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia cuya autoridad se ejerce
en nombre de Jesucristo. [3]
Según
la Dei Verbum, es sólo el Magisterio unido y apoyado siempre en la Tradición
quien está encargado de interpretar de modo correcto el mensaje bíblico y sólo
ellos pueden determinar las normas o libertades que los exegetas y teólogos
pueden tener, pero esto no se hace con el fin de reprimir ciertas posturas,
sino con la más sincera intensión y el sagrado deber de cuidar que las verdades
de Fe no sean distorsionadas y se pierda así su valor intrínseco, y es que el
texto bíblico como Palabra de Dios, requiere de un manejo consciente y
coherente de la interpretación, y dicha interpretación debe ser siempre
realizada a la luz de la Revelación que intentamos descifrar.
Que
error cometeríamos y cuántos se han cometido ya por pretender realizar
acercamientos e interpretaciones forzadas del texto bíblico, por la presunción
errónea de ser en extremo racionales y objetivos, olvidando incluso que es la
luz de la Fe quien debe guiar e iluminar el trabajo exegético.
Ciertamente
Magisterio y exegetas trabajan ahora en el encuentro, intentando entrelazar sus
criterios para hallar, como afirma Ratzinger “Los criterios intrínsecos de la
libertad que les impide autodestruirse elevándola así al nivel de una libertad
verdadera.”[4] Y es que sin criterios que guíen el proceso
interpretativo por senderos correctos pondríamos en riesgo la libertad de
interpretación y la fe misma. Por un error humano podemos arrastrar a muchos a
la perdida de la fe, al vació espiritual. El pretender que los conocimientos
adquiridos y que muchas y diversas lecturas teológicas nos hacen doctos hasta
el punto de proponer nuevas formas de ver la Revelación haciendo a un lado lo
que incluso el Magisterio sostiene, es delicado para la fe de todos por igual.
El teólogo
debe cuestionare siempre la realidad y veracidad de lo que asume como fe, sin
embargo, es menester que sus apreciaciones sean muy bien estructuradas y
cimentadas, que no surjan de meras corazonadas o que en el afán de ser objetivos
se caiga en la más extrema subjetividad, pues si en ese proceso resultamos
estar en un error, quien paga las consecuencias es aquel que lee o escucha esas
disertaciones, son su fe y sus certezas las que se pueden tambalear. Claro está
que el trabajo teológico y exegético requiere de un ir más allá, de abrir la
mente y romper ciertas barreras, pero nunca debemos olvidar que esto debe ser a
la luz de la Revelación misma. Fe y razón deben encontrarse, hallar el modo
armónico de convivir en la misma línea porque más allá de conocimientos y
procesos intelectuales es de fe de lo que hablamos. En tal sentido Joseph
Ratzinger nos dice “Se trata de ver qué puede la razón, y por qué la fe puede
ser razonable y la razón puede estar abierta a la fe.”[5]
Fe y Razón deben
encontrase en el trabajo teológico, pero la razón nunca debe prevalecer sobre
la fe, hacerla a un lado es negar el valor intrínseco de lo que la palabra de
Dios nos revela, es incluso hacer a un lado el estudio mismo de Dios
reduciéndolo a una mera idea sin valor para quien pretende conocerle. El camino
es escabroso y empinado, pero sin duda un camino que merece recorrerse sin
atajos, sin pretender incluso tomar ideas de otros doctos que no siguen al
Magisterio pues esto más que aclarar confunde.
La Dei Verbum en su
numeral 12 especifica cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura, plantea
que se debe investigar con atención, atender los géneros literarios, investigar
el sentido que intentó expresar y que expresó el autor sagrado según su
contexto histórico y cultural. Explica que la Sagrada escritura debe ser vista
en su totalidad atendiendo su contenido y unidad y especialmente teniendo en
cuenta “la Tradición viva de la Iglesia y la analogía de la fe”[6]
El trabajo exegético y
teológico puede y debe ir más allá pero sin deslastrase del camino trazado por
el Magisterio, pues es el Magisterio de la Iglesia el encargado de velar por la
correcta interpretación de la Palabra de Dios. Pretender ir contra ello sería
ir también contra la tradición y contra lo que afirmamos creer, no en vano
continúa afirmando Ratzinger: “Por tanto, fe y ciencia, Magisterio y exégesis
no se contraponen ya como mundos cerrados en sí mismos. La fe misma es un modo
de conocer.”[7]
Igualmente el Concilio
Vaticano II en la Constitución Dei Verbum
plantea: “Toca a los exegetas esforzarse según estas reglas por entender y
exponer más a fondo el sentido de la Sagrada Escritura, para que con un estudio
previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia.”[8] Es deber de la Iglesia
velar por la recta interpretación de la Sagrada Escritura y es deber del
exegeta y del teólogo presentar una interpretación consciente y coherente del
hecho bíblico, sin caer en pretensiones que atenten contra la verdad. En esto
consiste la verdadera libertad, en respetar la propia fe, adentrase en ella,
escudriñarla sin olvidar que más que un libro se trata de la Palabra de Dios.
El tiempo ha pasado y la
discusión en cuanto a este tema no cesará, pero es necesario que, aun cuando
nos cueste como estudiosos de las Sagradas Escrituras (sea cual fuere nuestra
condición), no olvidar que la Revelación es obra de Dios y que sólo Él puede
guiarnos en el camino de la interpretación bíblica. Aceptar que más que un mero
análisis nos estamos enfrentando a la palabra de Dios y que ésta debe iluminar
nuestro trabajo. Comprender que en el fondo se trata de la fe y que sólo por la
fe accedemos a Dios, no por nuestros conocimientos, y en todo caso, nuestros
conocimientos deben estar al servicio de la fe que profesamos, no de nosotros
mismos. Servicio al prójimo, servicio a Cristo. Colocar nuestros dones al
servicio de Dios es lo que mejor refleja la dimensión de nuestra fe, en
especial cuando se corre el riesgo de afectar positiva o negativamente la fe de
otros.
El exegeta y el teólogo
deben ser lo suficientemente racionales para llegar al fondo del mensaje
bíblico, y en ese fondo reconocer que solo por la fe puede acceder a ese conocimiento,
y ser a su vez, lo suficientemente humildes y libres para aceptar que todo su
trabajo y su pensamiento están inexorablemente unidos a la Revelación Divina
que les ilumina y por ende intrínsecamente ligados al Magisterio. Aspirar lo
contrario es alejarse y en el alejarse caer en la negación de lo que
profesamos.
Son muchos los siglos que
han pasado y muchos los que han de pasar, muchos los cambios que aún nos faltan
por ver, pero una cosa es cierta, la Palabra de Dios se encuentra en Las
Sagradas Escrituras, podemos hacer millones de revisiones pero siempre la
verdad será que Dios se nos ha revelado por medio de ella, que cómo lo sostiene
Ratzinger:
“Jesús, en todo lo que es esencial, fue
efectivamente el que nos muestran los Evangelios, […] las objeciones que
quieran convencernos de lo contrario no son expresión de un conocimiento
científico efectivo, sino una arbitraria sobre valoración de método.”[9]
Finalmente, el camino de
la exégesis, aunque a muchos disguste, continuará siempre ligado al Magisterio
de la Iglesia y a su Tradición. No como una imposición despiadada ni como una
forma de adoctrinamiento totalitario, sino como una garantía de la libertad, como
una luz sobre las turbias miradas de nuestra subjetividad. El camino sigue
haciéndose sobre la marcha, bajo la mirada atenta de un Magisterio que, más que
imponer, asegura que nuestra fe y comprensión no decaigan en las aguas turbias
y a veces poco profundas de nuestra percepción.
[1]
Ratzinger, Joseph. (2003) Ponencia con ocasión de los cien años de la
constitución de la Pontificia Comisión Bíblica.
[Revista] L’Osservatore Romano. Pag. 2.
[2]
Ibid. Pag. 3.
[3]Conc.
Ecum. Vat.II, Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Divina Revelación. 10
[4]
Cf. Ratzinger. Pag. 2.
[5]
Ibid. Pag. 3.
[6]
Conc. Ecum. Vat.II, Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Divina
Revelación. 12.
[7]
Cf. Ratzinger. Pag. 3.
[8]
Cf. Conc. Ecum. Vat.II, Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Divina
Revelación. 12.
[9]
Cf. Ratzinger. Pag. 3.
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