María
Luisa Angarita.
Cinco Siglos han transcurrido desde que Martín Lutero iniciara en Europa, en el
propio seno de la Iglesia Católica un proceso de reforma que acabaría
dividiendo la unidad de los cristianos. Sin embargo, este proceso tuvo lugar
quizás menos a las acciones de Lutero y más a las acciones de los Pontífices
precedentes y a una gran parte del clérigo.
Ya dos siglos antes se
respiraba en Europa una sed de reforma que encontraba sus voces entre el mismo
clericado, entre los cristianos laicos e incluso entre los hoy reconocidos
grandes exponentes del arte europeo como Dante Alighieri (razón de que sus
libros entrasen en la lista negra de los libros prohibidos de la Iglesia). La
oposición al Papa aumentó considerablemente en el siglo XIV en palabras de Hans
Küng (2014) “Tuvo su origen en las universidades, colegios y escuelas, en el
surgimiento de la clase media en las ciudades y entre las personalidades
literarias y los Juristas más influyentes.” (p. 118)[1]
Gracias a las actitudes erróneas de los Papas
y de sus comitivas, y muy especialmente a la división interna que ya venía
fracturando las bases de la unidad católica con dos Papas al mando al mismo
tiempo en diferentes latitudes geográficas como lo fueron Urbano VI y Clemente
VII, a sus riñas entre sí y sus mutuas excomuniones, y aunado a ello la forma
de vida principesca tanto de los Pontífices como de la alta jerarquía clerical
que se dedicaban más a darse gustos y lujos llevando incluso una vida mundana
pagada en su totalidad con las arcas de la Iglesia; el poco acercamiento
espiritual que tenían hacia el pueblo y la poca preparación en la fe y doctrina
de los sacerdotes y religiosos que aún se mantenían en pie; la decadencia moral
del pueblo y para terminar de agregar la gota que faltaba, la venta de
indulgencias que permitía a la Iglesia generar ingresos con gran rapidez,
fueron el caldo de cultivo de un proceso de reforma que ya se venía gestando
aunque la Iglesia misma llevase siglos evitándolo.
No es de extrañar que
todas estas situaciones hicieran dudar a muchos dentro del seno de la Iglesia y
no es menos extraño que haya sido justo un Sacerdote Católico devoto y teólogo
quien iniciara una batalla, en principio solitaria, contra lo que consideraba
una aberración y un estilo de vida totalmente alejado de la fe cristiana.
En su principio la idea
de Lutero era buena, quería cambio y era el momento de cambiar. Ciertamente
algunas de sus teorías e ideas no parecieron del todo sensatas al clericado y
al pontificado. Sus Máximas o Solas hacían tambalear la doctrina católica
veamos en que consistían:
·
Lutero proponía en oposición a la
Tradición en la que la Iglesia siempre ha basado su comprensión de las
Escrituras: “Solo las Escrituras”, haciendo a un lado la forma de
interpretación y de transmisión de la fe del Magisterio de la Iglesia.
·
En oposición a los miles de
intermediadores entre la humanidad y Dios como los santos, Lutero subraya la
primacía de Cristo: “Sólo Cristo”.
·
En posición a los esfuerzos de los hombres
por conseguir la salvación mediante sus “Obras”, Lutero resalta la primacía de
la Gracia y de la Fe: “Sólo la gracia” de Dios y “Sólo la fe” en Dios eran para
Lutero el camino de alcanzar la salvación.
Para Lutero éstas “Solas”
comprendían el verdadero modo de vivir la fe cristiana, a ellas sumaba su
teoría de la Justificación mediante la cual el pecador se hallaba libre y
justificado de sus pecados por medio de su fe. Al respecto Hans Küng (2014)
refiere: “Su experiencia de justificación formaba la base para su llamamiento a
la reforma de la iglesia católica, que debía ser una reforma según el espíritu
del Evangelio, dirigida menos a la reformulación de la doctrina que a la
renovación de la vida cristiana en todas las esferas.” (p. 128)[2]. Lutero pretendía una
renovación y este espíritu era el que de haber fraguado habría marcado el hilo
espiritual de nuestra Iglesia.
No obstante, toda la
posición de Lutero encontró grandes detractores, lo cual lo animaba aún más a
continuar su lucha llegando incluso a escribir a los emperadores y altas
jerarquías de la sociedad, politizando así lo que en un principio era meramente
una renovación de la vida espiritual. Su batalla continúo y profundizó aún más
sus críticas contra la Iglesia exigiendo demandas como la independencia entre
el emperador y la Iglesia, la eliminación del celibato sacerdotal, e incluso
reformulando la teología sacramental, criticando duramente a la Iglesia por
repetir constantemente en cada misa el sacrificio de Cristo, y explicando que
en las especies del Pan y el Vino Cristo sólo se hace presente durante el
momento de la Consagración, incluso atacó duramente la veneración al Santísimo
y así fue lentamente terminando de separarse de la doctrina y la fe católica y
abriéndose paso hacia lo que sería luego el inicio de un movimiento de reforma
ya no de la Iglesia Católica sino de sus propias iglesias y de su forma de
relacionarse con el mundo.
Así, lo que en un
principio era sólo un intento por renovar la Iglesia de su viciado modo de
vida, terminó resultando en un cisma donde un gran porcentaje de católicos
terminó cambiándose a las iglesias reformadas de Lutero y a las que surgirían a
la par en otros países como las de Zwinglio y Calvino.
La reforma dentro de la
Iglesia sólo mermó su poder y su mayoría numérica en cuanto a fieles, no
obstante no arrojó cambios internos inmediatos en ella. El papado continúo su
tarea de mantener todo centrado en su eje e incluso la gran idea de Lutero de
traducir las Sagradas Escrituras a la lengua vernácula para que el pueblo
tuviera acceso a ella, no vino a fraguar dentro de la Iglesia Católica hasta la
realización hace 50 años del Concilio Vaticano II.
Ahora bien, transcurridos
ya más de cinco siglos de ese proceso de intento de reforma y renovación de la
Iglesia Católica y habiendo incluso pasado ya 50 años del Concilio Vaticano II
donde el espíritu de agiornamiento y renovación se respiraba y de donde
surgieron directrices que ayudaría a la Iglesia a abrirse al mundo moderno,
¿Qué encontramos hoy en el seno de nuestra Iglesia? ¿Se ha vivido la renovación
de la vida cristiana?
En la actualidad el Papa
Latinoamericano Francisco ha iniciado un proceso de renovación y transformación
de la Iglesia esta vez desde su principal centro de mando, ha ido cambiando la
forma del juego a nivel de organización estructural y ha ido en cada discurso,
homilía y escritos, marcando una hoja de ruta de su pontificado y de la reforma
de la Iglesia dirigido más hacia el pueblo, el siempre ignorado pueblo, quien
siempre ha sido tomado en cuenta como objeto depositario o como objeto a quien
oprimir, pero hasta ahora muy poco tratado como sujeto activo de su propio
proceso y de su historia.
El Papa Francisco llama
al cambio, promueve y propone el cambio, incluso lo ejecuta nombrando obispos y
cardenales dónde no se esperaban y rompiendo el protocolo con su forma de
interpretar la realidad más desde el Evangelio y menos desde la teoría. El Papa
nos presenta una Teología del Pueblo y nos exhorta a salir de nuestras
comodidades tanto personales como parroquiales para ir al encuentro del otro,
del hermano necesitado, para hacernos próximos de ellos en sus realidades
concretas mientras vivimos la praxis evangélica.
De igual modo denuncia
los males en los cuales está inserto el mundo y la Iglesia misma y guía el
camino para que todos desde nuestras formas de relacionarnos podamos alcanzar
la salvación incluso nos lo afirma “nadie se salva solo” (E.G. #113)[3], nos llama además a la
unidad, a recobrar esa unidad perdida hace siglos con los hermanos
protestantes.
Estamos en un momento de
cambios dentro de la Iglesia Católica, sin embargo, ahora también encontramos
una dura resistencia a este proceso renovador, lo que en la época de Lutero era
una comunidad de creyentes pidiendo un cambio que nunca fue permitido por el
papado, hoy día se han invertido los papeles, ahora es el papado quien pide y
exige el cambio en el modo de ver y vivir la fe, tanto en las parroquias como a
nivel personal de cada creyente, pero ahora es el papado quien consigue resistencia,
no en vano son XXI siglos de arrastrar opresión, vicios y duras cargas
doctrinales que en algunos corazones han matado la fe.
Hoy día encontramos en
cada esquina gente que ama al Papa, sacerdotes y laicos que aman su forma de
hablar, su interpretación y hasta su visión de la vida cristiana, pero pocos
están dispuestos a vivirlo. Las parroquias continúan llenas de laicos que
sirven a su modo, pero ignorando por completo el mensaje del Papa; sacerdotes
que usan sus palabras en las homilías pero que luego vuelven a su forma conservacionista
de dirigir sus parroquias sin atreverse a más y manteniendo aún hoy,
tristemente, la cultura clerical adoctrinante más que la vivencia viva de la
fe. Son contados quienes salen de sus zonas de confort para ir al encuentro del
otro o incluso para vivir de un modo más espiritual, porque es más cómoda la
burbuja que ser realmente como Jesucristo.
Ya para finalizar, es
lógico que todo cambio genere dudas y resistencias, lo que antes era la
resistencia del Papa hoy es la resistencia del clericado y los fieles, hubo un
proceso de comprensión de la realidad por parte de las autoridades vaticanas,
producto de años de estudio y discernimiento de las realidades y necesidades
pastorales de los pueblos, que está allí a simple vista, pero ahora toca
esperar y confiar en el Espíritu Santo transformador y vivificador mientras
nosotros vamos rompiendo la burbuja y reconociendo si comprendimos o no,
después de tantos años.
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