María Luisa Angarita
Cada día la situación de nuestro
país es más triste y alarmante, pareciera que ya no hay un camino ante la
crueldad de un gobierno que prefiere ver morir a su pueblo antes que reconocer
los errores de su mandato. Cada día que pasa mueren más personas, ya no se
trata sólo de la inseguridad alimentaria, física o de salud que vivimos, sino
que a esto hay que sumarle la inseguridad de derechos, el no poder hablar,
opinar, protestar porque todo el que esté en contra es un enemigo. La
inseguridad se ha vuelto la norma en nuestro país, se ha convertido en lo
cotidiano en lo habitual, tristemente en lo normal. Policías y guardias civiles
que atacan a los ciudadanos, que arremeten contra ellos en la calle o incluso
dentro de sus propias viviendas, porque ya ni derecho tenemos a una vida
privada, pacífica y segura dentro de nuestros hogares, mucho menos en la calle,
donde las tanquetas atropellan y aplastan civiles y los policías, esos que
deberían protegernos, son los primeros en robar, agredir y luego detener y apresar
a la víctima de sus fechoría.
Ya
no se trata de política ni de cual bando es el mejor, ya no se trata de salidas
democráticas ni electorales ni de golpes de estado pues mientras unos bailan en
televisión mientras asesinan al pueblo, otros simplemente agotan sus ideas y
recursos en intentos vanos y fallidos de modificar la realidad. Una realidad
que va más allá de lo político y que se centra tristemente, en la
descomposición social que las mismas estrategias políticas propiciaran. La
pérdida de valores como la honestidad, la solidaridad, el respeto a la opinión
del otro, a la vida del otro ya no existe en nuestro país. Ahora reina la
injusticia, la maldad transformada en robo, en agresión, en violencia desmedida,
en asesinatos y homicidios bajo la impunidad de un sistema que no sólo lo
permite sino que lo ordena.
Los
venezolanos, incluso los más honestos y los más solidarios, también de algún
modo se han unido a la debacle, porque es una bola de nieve que nos arrastra.
Ya no tenemos la capacidad de ser solidarios porque apenas si logramos sobre
vivir. Ya no tenemos la acción compasiva de ayudar al prójimo aunque nuestra
alma nos grite que debemos hacerlo, pero no lo hacemos no por desdén o
indiferencia sino por temor, porque el temor se apoderó de nuestras vidas como
un demonio opresor para arrancarnos todo dejo de esperanza.
Pero
ante tanta indolencia y maldad, ante tanta desidia y violencia, ante esta
oscuridad lacerante que cada día avanza más sobre Venezuela, una sola razón un
solo motivo nos basta para continuar la lucha, para continuar en
resistencia y abrazados a la esperanza.
La razón de que tarde o temprano veremos la luz al final de este túnel. Esa luz
que no viene de nosotros pero que es capaz de vencer la más profunda de las
oscuridades. La luz de Cristo descenderá sobre nuestro país y nos inundará con
su paz. Pero para que ello ocurra, no basta con orar, necesario es que como
cristianos nos deslastremos del miedo, nos esforcemos por vivir cada día más
como lo hizo Jesús de Nazaret, confiados en el Padre mientras ayudamos al
prójimo, deslastrándonos del miedo, caminando en el sendero de Jesús.
De
nada nos sirve creer en Dios y hacer a un lado al hermano necesitado, al
hambriento, al herido, al cansado, al enfermo. De nada nos sirve promulgar un
país de justicia si nosotros no somos justos, ni implorar la misericordia de
Dios si nosotros no somos misericordiosos. De nada nos sirve quejarnos contra
la indolencia y la indiferencia si desde nosotros mismos no hacemos algo al
respecto, si no buscamos cambiar desde una acción sencilla la situación que nos
rodea.
Me
duele ver que como cristianos seamos capaces de negar alimento a quien lo
necesita, porque no estamos confiando en Dios ni en su providencia. Me duele
ver que como cristianos no auxiliemos al hermano necesitado porque tenemos
miedo, porque quien confía en Dios no debe tener miedo. Me duele ver que
incluso haya quienes se aprovechen de la necesidad del otro, porque de algún
modo está rompiendo los principios cristianos y más allá de ello, está y
estamos obrando contra Dios. De poco sirve decirnos cristianos y que queremos
un cambio para nuestro país si nosotros no lo procuramos. Es momento de
revisarnos como personas, como venezolanos y como cristianos y ver hasta qué
punto ese cambio que reclamo y quiero empieza por nosotros.
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