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La nueva evangelización en nuestras parroquias

-María Luisa Angarita-

            Leer la entrevista del Obispo Dominique Rey sobre la Nueva Evangelización y los resultados obtenidos en su diócesis, sólo me ha permitido constatar con tristeza el gran atraso que tenemos en estas latitudes con respecto a la evangelización.  Nuestras parroquias y nuestro que hacer parroquial está varado en el conformismo, desde un trabajo pastoral lento y centralizado donde todo es básico: catequesis y cofradías, sin mucho ánimo ni apoyo para crear nuevas propuestas pastorales que acompañen a los feligreses, que les motiven a acercarse a las parroquias, a conocer más a Dios y a donarse en el servicio. Nos falta ese olor a oveja que pide el Papa Francisco a sus pastores y muy especialmente tenemos una gran deuda con la misericordia, estamos aún distanciados de los pobres, de los enfermos, de las personas que necesitan una mano hermana que les apoye y un corazón misericordioso que les escuche y oriente en sus procesos de dolor, de dudas y angustias. Resolvemos todo con un “Ten fe” sin darles las armas necesarias para ello.

            Monseñor Rey propone nueve puertas para evangelizar, entre ellas resaltan la familia, la educación, la parroquia, la diaconía, los MCS e internet, y  es paradójico porque si bien todos estos grupos deberían estar integrados a la vez no lo están. La parroquia está formada por familias, el núcleo principal de la sociedad, el espacio perfecto para crecer en la fe incluso más que en la escuela o en la sociedad, y aun así es un núcleo no aprovechado por las parroquias. Los trabajos pastorales no se centran en permitir el crecimiento de las familias como familias e iglesias domésticas. Las pastorales familiares escasamente se centran en los cursillos de preparación inmediata al matrimonio y la catequesis poco abarca en los representantes de los catequizandos porque una vez celebrado el sacramento desaparecen de la comunidad parroquial. Nos falta un sabor nuevo, un trabajo permanente de apoyo y orientación a las familias, de formación y crecimiento en la fe. Y ni mencionar si las familias atraviesan situaciones de enfermedad, van por allí a su suerte, agarrados de la devoción que recuerdan caminando en la delgada línea de buscar una solución mágica que los lleve a la santería u otras prácticas no cristianas.

            En cuanto a educación a los colegios católicos les falta mucho para ser tales, empezando porque aún discriminan a estudiantes con condiciones especiales, y luego porque a nivel de formación en la fe, se centran más en las prácticas de piedad que en el conocimiento del evangelio y la doctrina. Con respecto a la parroquia todo surge y retorna a ella, pero nos falta vivacidad, apertura, encuentro, salida misionera, verdadero servicio y entrega, queremos ver el templo lleno de gente pero no salimos a buscarlos, queremos las pastorales llenas de servidores pero no les invitamos y si invitamos colocamos filtros, impedimentos, excluimos, rechazamos. Para servir debería, en principio, bastar las ganas, esa sed de servicio que muchos sienten producto de un llamado de Dios y que luego se ve apagado y se enfría tras la maraña de peros que colocamos a quienes se acercan. Tristemente en el caso de las pastorales familiares, que mayor apertura deberían tener por ser justo la familia con sus múltiples variedades estructurales las primeras que deberían trabajarse y apoyarse, justo allí encontramos más trabas, la principal: la pareja debe estar casada por la Iglesia cuando más de la mitad de las parejas que acuden a nuestras parroquias no lo están, eso es exclusión, una discriminación que se escuda en el testimonio coherente, y juzgamos, como si cada familia no tuviese sus propias formas de crecimiento en la fe y no tuviesen una vida cristiana quizás aún más fortalecida que la de los “matrimonios sacramentados.”

            Luego la parroquia pierde por dos factores, su párroco (algunos), apegado siempre a lo mismo, sin capacidad de innovar, y sus feligreses, apegados siempre a lo mismo y sin ganas de innovar. Queremos servir desde el templo, apoyar en el templo y rehuimos de todo lo que implique salir a fuera, a las periferias y romper nuestra zona de confort para darnos al otro en verdadero servicio a la manera de Jesucristo. Llevar la palabra de Dios, la buena noticia, encontrarnos con el prójimo allí donde se encuentra y no esperarlo en el templo. De igual modo, hacen falta también proyectos de trabajo en la parroquia, pastorales nuevas que acojan e incluyan, brindar un mejor trato a nuestros hermanos, que no saben si quiera si pueden acercarse al sacerdote o leer la palabra en la celebración eucarística porque primero deben sortear una serie de obstáculos colocados por los mismos grupos que sirven dentro de la parroquia.

            Finalmente, se hace necesaria la formación continua de los sacerdotes así como del laicado en general. Nuestra realidad es que nuestros feligreses no conocen verdaderamente su fe católica, la viven generalmente desde la tradición o la piedad popular pero ignoran la base dogmática, la sana doctrina y muy especialmente las Sagradas Escrituras. Hay que incentivar la formación, hacerla atractiva, que no quede sólo para un puñado de servidores sino para todos. Tenemos servidores en las parroquias que por carecer de formación corren el riesgo de deformar, de incurrir en errores que pueden afectar la fe del otro. Igualmente tenemos que propiciar grupos de estudio parroquial que permitan al laicado conocer mejor la fe que profesa. Y muy especialmente necesitamos, que los párrocos se atrevan y permitan que los laicos que ya tienen formados en sus parroquias desarrollen proyectos pastorales que puedan acercar a otros a la fe y propiciar el encuentro.


            

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