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Eugenio Montejo: la voz de un siglo al fin de todo

Eugenio Montejo: la voz de un siglo al fin de todo



Acercarse a la poesía de Eugenio Montejo (Caracas 1938 - Valencia 2008) es adentrarse en una lírica llena de sentimiento, poder y magia. La poesía de Montejo atrapa en su ser toda la belleza de un continente que no puede abarcar una sola mirada: la calidez de las palabras, la sonoridad de la entonación, el ritmo de los tambores, el silencio melodioso de la selva y sus secretos, el misterio de un mundo y de su madre tierra.
Cuando abrimos un libro de Eugenio Montejo, uno de los tantos y bajo cualquier nombre, encontramos miles de lecturas posibles, cada poema es un mundo y con él cada lectura un cambio; y es que la hermosura con la cual suenan sus versos solo es apreciable en las obras de Eugenio Montejo o de Blas Coll, Tomás Linden y Sergio Sandoval incluso en los de Eduardo Polo, todos heterónimos de una sola voz siempre diferente.
Una poesía que recrea las estrellas y los guijarros, que se pierde en el horizonte para bajar del cielo a los pájaros pero que al mismo tiempo desdibuja las miradas y las sonrisas para representar la incertidumbre y las nostalgias que encuentra a su paso.
En el libro “Adiós al siglo XX” (Lisboa 1992)[1], se presenta una poesía tan melódica como sincera, la voz que nos habla nos invita a disfrutar de un mundo donde las cosas a la vez que son bellas, son ásperas y efímeras. Un mundo donde todo puede tener diversas vertientes y por lo tanto diversas caras.
 Si revisamos la realidad que rodea la escritura del poemario observamos un mundo lleno de cambios, donde la evolución del hombre parecía cada vez más difícil e involutiva: guerras, dictaduras, bombas, violencia, terrorismo, caos. El progreso se dio gracias al sufrimiento humano, la avaricia, el poder, la envidia, los pecados capitales; los elitescos, los burocráticos y los políticos sobre todo, terminaron por instalarse en el mundo y comenzaron a devorar de forma descarada la vida y supervivencia de cada uno de los individuos. Las letras, las artes, la música, la belleza creada por el hombre comenzó a decaer y sólo algunos, los más brillantes, sobrevivieron a la barbarie.
El poemario de Montejo refleja esto y muestra a su vez la única forma que el hombre ha encontrado desde ese pasado siglo para sobrevivir: el regreso a la naturaleza.
En base a lo anterior, “Adiós al siglos XX” podría considerarse un poemario escrito para la supervivencia, un libro donde afloran los miedos, las nostalgias, los recuerdos y los amores utilizados como medida para sobrevivirle a los embates del tiempo. Un libro para despedir un siglo cruel que a su vez fue maravilloso.
A continuación nos acercaremos un poco a los poemas de este libro desde tres perspectivas presentes en el mismo: el siglo y su añoranza, el arte poética de la naturaleza y el viaje como reconocimiento de un tiempo.

El siglo XX y su añoranza


Una de las características de la poesía que Montejo presenta en este libro es la añoranza, el recuerdo de un mundo y una vida. Es sus poemas se observa como la voz que habla siente que el mundo en su entorno está cambiando que ya las cosas no son iguales ni volverán a serlo.
 Desde el principio del texto el poema que da nombre al libro nos recibe para despedirnos, nos habla de ciudades recorridas, de un hombre que transita una ciudad amada mientras la mira con los ojos de lo que ya no va a repetirse y quien desde la melancolía despide un siglo, su siglo, que aunque “vertical y lleno de teorías” y “con sus guerras y posguerras y su tambor de Hitler allá lejos,/ entre sangre y abismo” (p.11) nunca dejará de ser suyo.
El tiempo que Montejo describe es un tiempo silencioso, de bares, amigos y dioses, de escritura sin musa y parrandas. La voz poética se pierde entre los laberintos de las ciudades y continúa su camino con la misma pena que siente el que abandona y con su misma tranquilidad.
Otro poema que refleja el acontecer de un siglo es “Pasaporte de otoño” donde la voz se reconoce a sí misma, se asume y demuestra que sigue siendo el mismo de ayer. El hombre que sueña con lugares nunca vistos y se detiene ante la inmensidad de un mundo cada vez más pequeño. El que ha gozado la vida como le ha tocado, el que no se ha perdido en el tiempo buscando el mundo que no le correspondía, el ser que aún sueña con disfrutar y conocer “la profunda belleza de todo” (p. 12).
Un hombre que vivió todo con los mismos ojos maravillados que tuvo en el vientre materno y con los que ha visto y verá todo “aunque por siglos nos aplacen la muerte”.
Como se aprecia, la poesía de Montejo es una poesía cargada de imágenes, que atrapa por su calma y construcción. En el caso de la despedida a un siglo, la creación se acompaña de la memoria y con ella reconstruye un espacio del cual penosamente se despide, Chacón (2000) refiriéndose a la ciudad en la poesía Montejiana afirma que “es mirada como la devoradora del espacio de la infancia perdida, como progreso en la disolución del ser” (p.3)[2]. El escritor reconstruye la ciudad que habita y las que ha habitado pero al mismo tiempo las ve como la pérdida de la esencia humana, el hombre ya no se encuentra a sí mismo en el reflejo del agua sino en los ventanales de los edificios.
Si bien Montejo despide un siglo, lo hace desde su propio sentir dicotómico, no le agrada la ciudad que se instaló para acabar con la armonía de lo natural pero es la ciudad en la cual ha vivido y no puede menos que extrañarla mientras siente terror de lo inesperado.
En el poema que cierra el libro “Al fin de todo” se observa un temor profundo hacia lo que ha de venir, lo que acabará con todo. El poema se presenta como un anuncio apocalíptico donde nada podrá ser salvado, ni siquiera las palabras, ni Dios, ni el tiempo, todo será destruido por el futuro incierto que nos espera.

El arte poética de la naturaleza


Como ya se ha mencionado, la obra de Montejo está cargada de imágenes que evocan el mundo natural. La naturaleza es para el escritor el mundo en el cual siempre hemos debido vivir, un espacio donde el hombre se encuentra a sí mismo y se reconoce en cada gota de lluvia y en el canto de las aves. Todo lo natural es para la voz poética sinónimo de vida, de paz y tranquilidad. Montejo a pesar de ser un escritor citadino, recurre constantemente a la naturaleza y a la esencia de paz y salvación que transmite. Hace de la naturaleza un modo de vida y por ende de expresión.
La palabra y su sonido se hayan dentro de las flores, detrás de cada árbol y pájaro que surca el cielo, pero se encuentran en zonas específicas, para la voz que nos habla la poesía no se encuentra en la tierra estéril ni en la hierba amarga ni en las piedras, puede quizás que aparezca en un canto rodado o en un guijarro pero no en la piedra bruta formada por tierra seca.
Uno de los poemas más extensos del texto hace alusión a este tema: “Al aire Náhualt (al margen de un florilegio precolombino)”, en este poema la naturaleza crea su propia poesía porque ella misma lo es. La tierra habla a través de las flores y todo lo que los seres humanos tengamos a disposición decir diremos porque la tierra nos ha llevado a ello, nuestras palabras tienen la voz de la tierra:
“Lo que nos queda en la palabra, cuando queda;lo que venimos a decir si lo decimos,si nos alcanza el sueño,tiene el temblor de una corola,ante el abismo,la invicta luz que se coagula al florecer fuera del tiempo”(p.14)

La tierra se encarna en nuestros labios y al momento de pronunciar dejamos nuestras palabras a merced del tiempo, el clima y todo cuanto la rodee.
No obstante, al mismo tiempo que la tierra pide palabras y poesía, la poesía no pide ni espera nada, va sola por las calles sin aspiraciones ni sueños, como se evidencia en el poema “La poesía”, donde vaga por la tierra sin aspiraciones de ningún tipo pues no las necesita, ella ya lo es y lo tiene todo, lo encantador, lo misterioso, lo bello la poesía no lo pide, lo entrega:
“Llega de lejos y sin hora, nunca avisa; tiene la llave de la puerta.Al entrar siempre se detiene a mirarnos.Después abre su mano y nos entregauna flor o un guijarro, algo secreto,pero tan intenso que el corazón palpita demasiado veloz. Y despertamos.” (p.14)

La poesía ya no necesita de las palabras, nunca lo ha hecho, la poesía es la esencia del mundo y como tal: la creadora de todo. En función a ello Octavio Paz (1994) afirma lo siguiente:

       La poesía es metamorfosis, cambio, operación alquímica, y por eso colinda con la magia, la religión y otras tentativas para transformar al hombre y hacer de “este” y de “aquel” ese “otro” que es él mismo. La poesía pone al hombre fuera de sí y, simultáneamente, lo hace regresar a su ser original: lo vuelve a sí, el hombre es su imagen: él mismo y aquel otro. A través de la frase que es ritmo, que es imagen, el hombre – ese perpetuo llegar a ser- es. La poesía es entrar en el ser. (p. 113)[3]

La poesía no necesita entonces del mundo, ella es el mundo y por medio de ella, el hombre, aquel que la escribe descubre la esencia de su ser ontológico, llega a encontrase y “ser” en realidad. Así en la poesía de Montejo hombre, palabra y naturaleza son una misma esencia y he allí el arte poética. La poesía que se escribe gracias al hombre que usa la palabra surgida de las entrañas de la tierra y que se vuelven una misma esencia.
Montejo reflexiona en sus poemas sobre la poesía, la presenta desde distintas perspectivas para al final concluir que es la esencia que mueve al mundo.

 
El viaje como reconocimiento de un tiempo           

En este libro hay una constante que llama la atención, el poeta despide un siglo, una época, pero al mismo tiempo le recuerda y rememora a través de sus viajes, Montejo construye en el texto una poética del viaje, pero es una poética de despedida, como si para no olvidar lo que ha vivido ni tratar tan mal a un siglo que se aleja, le hiciese un homenaje desde cada lugar donde ha estado.
Las maletas de Montejo se llenan pues, repetidamente, para dar paso a las imágenes que evocan el mundo, una Lisboa rendida a los pies del visitante que busca desesperadamente leerla, una Trieste donde nunca ha estado a la cual recrea tal como le imagina, un Güigüe acalorado y silencioso y un mar bravo y eterno que en este caso no otorga esperanzas en el trasatlántico.
La voz del viajante aparece para anunciar que el tiempo, después de todo, es disfrutable, que la vida continúa a pesar de las horas y que cada noche es un obsequio de los astros. El siglo que se aleja no pudo ser mejor, en vista del indescifrable futuro y de las cosas maravillosas que pasaron, Montejo despide al siglo con alegría y nostalgia, con esa mirada distante e iluminada de los nostálgicos. Despide el siglo donde ha vivido sin querer y sin palabras o como él mismo expresa en “Vísperas de viaje”: “Quisiera decir adiós con una sola sílaba, / la menos dolorosa/ la más breve.” (p. 20)
Podemos decir finalmente, que en “Adiós al Siglo XX” la voz poética nos introduce en el espacio de un siglo moderno y caótico, lleno de luz y a su vez de tormentos, el lector pasea por sus páginas junto a la nostalgia y la melancolía pero sin poder desligarse de sus versos. En este libro la ciudad es una constante, como el paso del hombre sobre su tiempo.




[1] Montejo, E. (1992) Adios al siglos XX. (Poesía) Ediciones AYMARIA. Lisboa.

[2] Chacón, M. (2000) Eugenio Montejo: la magia del alfabeto más allá del horizonte de la página. Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad complutense de Madrid. Disponible en: http://www.ucm.es/info/especulo/numero15/montejo.html
[3] Paz, O. (1994) El arco y la lira. Fondo de cultura económica. México.

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