-María Luisa Angarita-
Hace unos días paseaba con mi hija
por un centro comercial de la ciudad de Maracay y luego fuimos al cine a ver la
película “Mi villano favorito 3” que
tenía ya bastante tiempo solicitándonos ver. Hicimos lo que hacen todos, compramos
los boletos, luego los refrigerios y nos colocamos cerca de la entrada que
comunica a los pasillos del cine mientras esperábamos que los encargados de
Cines Unidos nos informaran la disponibilidad de la sala.
Poco a poco se fue haciendo una cola
detrás de nosotros de todas las personas que íbamos a ver la película. No obstante,
cada 5 minutos las personas pasaban al lado de nosotros y se adelantaban hasta
los chicos de la entrada esperando que les dejaran pasar. Recuerdo que al ver
esto le comenté a mi esposo: “¿Ellos que pensarán que hacemos aquí? ¿Será que
no nos ven?”, lo decía porque estábamos de primeros en la fila y las personas
pasaban al ras de nosotros para intentar pasar de primeros.
Cuando al fin el encargado indicó
que podíamos entrar, la multitud de personas que esperaban detrás de nosotros
se abalanzó hacia la entrada, como si nosotros definitivamente no estuviésemos allí
presentes, y mientras mi niña con discapacidad se ponía de pie en su andadera
para avanzar hacia la entrada, una pareja de adultos con sus hijos casi la
atropella porque de hecho ellos no se percataron, no vieron a la niña o
quisieron hacer uso de sus habilidades motoras para pasar de primeros o
simplemente la ignoraron, lo cierto es que tras ellos venía el resto de la fila
y mi niña a penas se incorporaba para empezar a caminar.
La pareja que se encontraba detrás
de nosotros con sus hijos intervino y le solicitaron a las personas que se
detuvieran, que primero iba a pasar una niña con discapacidad. Allí fue cuando
frenaron y dejaron que la niña caminara pero igual casi no nos dejan avanzar a
nosotros con ella.
Mientras caminábamos por el pasillo
hacia la sala, las personas nos adelantaban, como angustiados porque alguien
les quitara sus puestos numerados, un niño le preguntó a su mamá qué tenía la
niña y la señora nos miró despreciativamente y continúo sin siquiera
responderle a su hijo. Ya una vez en la sala, sólo un amable señor nos preguntó
si requeríamos ayuda.
Ante esta anécdota, que no es la
primera en nuestra experiencia de vida con una niña con discapacidad, veo
tristemente como nuestra Venezuela necesita un cambio, pero un cambio de
cultura, de mente y pensamientos, un cambio de corazones y de sensibilidades.
Es realmente triste observar cómo se
irrespeta el derecho de las personas con discapacidades de acceder primero a
los lugares aun cuando de hecho se encuentran ya de primeros en la formación. Es
triste, molesto y muy fastidioso tener que explicar a cada vigilante de cada centro
comercial o clínica que requerimos el uso del puesto de estacionamiento para
personas con movilidad reducida porque llevamos a una niña con discapacidad en
el auto, mientras vemos que el resto de los puestos azules están ocupados ya
por camionetas altas y carros de lujo sin identificación alguna de movilidad
reducida y en los que muy difícilmente podría subirse una persona con
discapacidad.
Es decepcionante ver que el país
clama un cambio y de bando y bando ambos atropellan, atacan y hacen burlas y
chistes muy malsanos de personas con discapacidades que ejercen su derecho al
voto porque más allá de la inclinación política de cada uno todos somos
humanos, todos somos ciudadanos y todos debemos respetar el derecho y los pocos
privilegios que tienen las personas con discapacidades y que a la hora de la
verdad no son tales porque el privilegio de tener dos buenos brazos junto a dos
buenas piernas, dos buenos oídos o dos buenos ojos y poderlos utilizar
integralmente para funcionar como individuos, las personas con discapacidades
no los tienen y los derechos que se les dan, esos privilegios pequeños de los
que en teoría gozan, se les otorgan para que quienes sí pueden funcionar
independientemente, no los atropellen ni los malogren en su recorrido.
Esperar tres minutos más para que
una niña se incorpore en su andadera y avance hacia un lugar no cuesta nada,
todo lo contrario, reflejaría mucha educación, cultura y valores como los de la
pareja que intervino para que nuestra niña no fuese atropellada.
Llegar a un estacionamiento y
encontrar un puesto azul libre, sin cono que obstaculice o sin un auto no identificado,
sería una muestra del civismo que clamamos, porque caminar media cuadra más
para quienes tienen sus piernas funcionales no cuesta nada, ah y por cierto
para eso son, para caminar.
Es absurdo que clamemos un cambio
que no estamos dispuestos a dar. Es ilógico pretender que las cosas, la
situación país, el pensamiento colectivo va a cambiar porque cambie un sistema
político porque realmente el cambio depende de cada uno de nosotros, de los
valores que sembremos y transmitamos, de la forma como tratemos al otro, del
respeto por la vida y los derechos del otro, muy especialmente de las personas
con discapacidad.
Ciertamente la situación del país es
crítica, pero si aunado a ello vamos a actuar y a comportarnos del mismo modo
que aquello que criticamos entonces no estamos haciendo nada sino que somos
parte del problema.
Para que Venezuela cambie, nosotros
debemos cambiar. Para que el país mejore nosotros debemos mejorar. Recordar que
indistintamente de una condición o discapacidad, los niños tienen derechos y
que estos no deben ser ultrajados ni violentados por nadie. Un país mejor sería
posible si hacemos a un lado las discordias, el maltrato, la presunción de que
somos los mejores y empezamos a tratar al otro como queremos ser tratados, como
lo hizo y ordenó Jesús de Nazaret “Amad al prójimo como a ti mismo“(Mt. 22, 39),
pues más allá de lo que queremos, son nuestras acciones las que nos permitirán
concretarlo.
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