El amor, ese camino que todos transitamos, con sus montañas y sus valles, sus llanuras y desiertos, ese recorrido que nos marca desde la concepción hasta la muerte. Cada día de la vida el amor nos rige y nos mueve.
Cuando Dios creó al mundo lo hizo por amor. A lo largo de la historia de la salvación todas las intervenciones de Dios han sido por amor. Su intervención máxima, su obra definitiva de amor fue el envío de su único Hijo al mundo para morir por nuestros pecados, morir por amor.
Cada miércoles de ceniza los católicos realizamos un acto penitencial que nos permite recordar el verdadero amor, el amor mayor, ese del que da la vida por sus amigos.
La ceniza colocada en la frente nos recuerda lo vano de nuestras vidas, lo vano incluso de lo que algunas veces llamamos amor.
Cada miércoles de ceniza los católicos realizamos un acto penitencial que nos permite recordar el verdadero amor, el amor mayor, ese del que da la vida por sus amigos.
La ceniza colocada en la frente nos recuerda lo vano de nuestras vidas, lo vano incluso de lo que algunas veces llamamos amor.
El amor humano
Este año el miércoles de ceniza coincide con una celebración tradicional, de origen católico, que es la celebración de San Valentín, mejor conocida como el día de los enamorados.
Valentín fue un sacerdote romano, que vivió bajo el imperio de Claudio II. Este emperador había prohibido el matrimonio de los soldados por considerar que servían mejor al no tener familia. Esto resultaba una medida injusta para Valentín quien celebraba en secreto los matrimonios de los soldados. Por esta razón Valentín fue decapitado un 14 de febrero del año 220.
Si bien la tradición de San Valentín es hermosa y romántica, a veces el amor humano se pierde en los recovecos de la vida y llegamos a confundir con el amor aquello que no es más que deseos o bajas pasiones.
En algunos casos confundimos con amor y hasta justificamos, las obras que no pueden venir del amor como el maltrato, la violencia, el abuso, el pecado.
Esta semana la celebración de san Valentín coincide con el miércoles de ceniza, un día para detenernos y reflexionar un poco si en nuestras vidas como cristianos estamos realmente viviendo el verdadero amor.
Cristo vino al mundo y murió por nosotros, vino para redimirnos del pecado y entregarnos la salvación. ¿Cómo respondemos nosotros a ese amor? Jesús nos demostró el verdadero amor. Un amor que pagó con su carne.
El amor verdadero
El amor demostrado por Jesús va más allá de los juicios y de las pasiones, más allá de lo que nosotros pretendemos conocer por amor. Es un amor que trasciende al amor humano y que nos empuja a vivir en la entrega y el servicio.
El amor humano tiene la tendencia de ser egoísta que no es lo mismo que exclusivo. De ser ambicioso cuando Cristo amó en humildad. De hacer daño en vez del bien. De vanagloriarse de sus actos en vez de sacrificarse por amar.
Vivir el amor como Cristo lo vivió implica una dimensión espiritual. Requiere de fortaleza y valentía, de sabiduría y paciencia. De humildad.
Quien ama con amor verdadero, sabe reconocer sus fallas y mejorarlas en procura de la felicidad del otro. Sabe aceptar las diferencias y encontrar el equilibrio para que el amor gane siempre y se fortalezca.
Amar como Cristo debe ser nuestro norte. Un amor que busca el bien del otro, que se entrega y sacrifica, que se dona bajo el gozo de ver en el otro la felicidad.
A menudo nosotros como cristianos fallamos en el amor. Fallamos al amor de familia, cuando es allí donde se fragua la vida y dónde los niños aprenden a amar. Fallamos en el amor de pareja tendiendo a confundir la entrega con el uso del otro.
Amar va más allá de utilizar. Jesús no utilizó ni se valió de nadie para demostrar su amor. Él cargó su cruz con humildad y demostró su grandeza en la crucifixión.
Uno de los mandamientos entregados por Jesús es “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Uno de los errores que frecuentemente se cometen a la hora de amar es olvidarnos de nosotros para amar más que a nosotros.
Esto lleva a grandes males en la relaciones tanto de pareja como personales e incluso en la amistad. Amar más que a uno mismo suele llevar a las personas a permitir abusos tanto físicos como psicológicos y emocionales en pro de lo que confundimos por amor.
Un amor verdadero no daña ni busca el mal en el otro. Quien en verdad ama sabe respetar al otro, sus decisiones y su forma de ver las cosas, pero a la vez sabe que aquello que lo daña no puede venir del amor.
Cristo murió por amor. Cada día de nuestras vidas el amor vuelve a regirnos, nos mueve a obrar en consecuencia. Quien se ama se cuida y quien ama sabe cuidar. Un amor como el de Jesús no es imposible. Un amor como el suyo nos hace trascender.
Trascender en el amor
El miércoles de ceniza marca el inicio de la cuaresma. Cuarenta días para cambiar. Para morir a las turbulencias de los impulsos y a la esclavitud del pecado, para renovarnos en el amor.
Las cenizas que se imprimen en nuestras frentes son un símbolo de esa muerte a la que se dirige nuestro cuerpo; y a la vez un signo de la renovación interior y la transformación que debemos vivir a lo largo de la cuaresma y de la vida en sí.
El libro del Génesis nos dice “Polvo eres y al polvo volverás” (Gn 3,19 ) durante la cuaresma transitamos por un período de transformación, un tiempo para revisarnos y purificar el interior de los males propios de nuestra naturaleza humana.
Limpiarnos de la soberbia y la vanidad, del egoísmo que suele volvernos inmunes a las necesidades del otro o incluso indiferentes.
Recorramos este año el camino de cuaresma renunciando al egoísmo, a la indiferencia y la distancia que nos aleja de los otros. Miremos a Jesús y arriesguémonos a amar como Él, amando como a nosotros mismos y dando la vida por los amigos.
Para que al final de la Semana Santa, cuando en la noche del sábado de gloria descubramos que Jesucristo ha resucitado, nuestros corazones hayan también resucitado en su amor junto a Él.
Las cenizas que se imprimen en nuestras frentes son un símbolo de esa muerte a la que se dirige nuestro cuerpo; y a la vez un signo de la renovación interior y la transformación que debemos vivir a lo largo de la cuaresma y de la vida en sí.
El libro del Génesis nos dice “Polvo eres y al polvo volverás” (Gn 3,19 ) durante la cuaresma transitamos por un período de transformación, un tiempo para revisarnos y purificar el interior de los males propios de nuestra naturaleza humana.
Limpiarnos de la soberbia y la vanidad, del egoísmo que suele volvernos inmunes a las necesidades del otro o incluso indiferentes.
Recorramos este año el camino de cuaresma renunciando al egoísmo, a la indiferencia y la distancia que nos aleja de los otros. Miremos a Jesús y arriesguémonos a amar como Él, amando como a nosotros mismos y dando la vida por los amigos.
Para que al final de la Semana Santa, cuando en la noche del sábado de gloria descubramos que Jesucristo ha resucitado, nuestros corazones hayan también resucitado en su amor junto a Él.
(Artículo publicado el domingo 11 de febrero de 2018 por la Diócesis de Maracay en la página eclesiástica de los diarios "El Aragüeño" y "El Peridiquito")
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