La mujer camina trémula y misteriosa en el poemario “Textos del Desalojo” (1978) de la escritora venezolana Antonia Palacios (1915-2001). En ellos se puede apreciar cómo la feminidad va desdoblándose constantemente en los avatares del tiempo, como una reflexión sobre sí misma y su existencia.
Si remontamos hacia el pasado, a la antigua Grecia, podremos notar como la mujer de aquel entonces dependía en gran medida de la existencia del hombre, él era- según Fernando Rísquez- el único ser con razón suficiente para organizarse y luchar; la mujer quedaba reducida a un objeto o un ser para el cual lo único importante que podía existir era el afecto de su familia. De allí que la mujer se mantuviese siempre oculta en sus oficios y pesares y no tuviese oportunidad de salir a la luz de nuevas situaciones.
Con el paso de los siglos la visión de la mujer ha cambiado, ya ha dejado de ser aquella mujer dedicada al oficio de su hogar y se ha perdido un poco la visión cristiana inquisidora donde se le presentaba como un ser diabólico encargado de seducir en incitar al hombre al pecado. En tal sentido Rísquez (1997) expresa:
Con el avance de la tecnología y bien entrado el siglo XIX, aparecen las primeras mujeres que asumen la feminidad de manera útil y no demoníaca. A fines del siglos pasado y a principios de éste, la mujer de obrera fabril o indispensable objeto de consumo, pasa a convertirse en un ser pensante y comienza, bien avanzado el siglo XX a hablar de lo que le pertenece, de la feminidad. (p.37)
Poesía y feminidad
Es así como hoy día la poesía venezolana escrita por mujeres tiende a centrarse más en el ser de la feminidad. La mujer ha decidido dejar de mirar hacia afuera para centrarse más en sí misma y en sus congéneres. Ya no se trata de querer ser como el hombre, ahora lo que busca es exaltar la feminidad desde su propia base, desde su centro y a partir de sus típicos quehaceres.
De allí que encontremos en Textos del Desalojo, una voz poética auto reflexiva. La voz que nos habla lo hace desde sí y desde sus oficios, nos explica cómo pasa su vida y cómo sus sentimientos van de la mano con su rutina. No obstante, en este poemario no encontramos a la fémina luchadora por su vida y sus derechos; la mujer que aparece en estos textos es un ser sumamente concentrado en su soledad y sus deseos. El alma de la feminidad se desdobla frente a nosotros. Si leemos detenidamente el siguiente poema, lograremos apreciar a esa mujer que se fragmenta y auto conoce:
Una parte se escapa, tiembla, se curva. Una parte se desprende, se niega se respira. Una parte se presiente, se detiene a presentirse ensimismadas y a oscuras, se detienen sin saberlo, se desprende sin saberlo, se separa de otra parte, entrelazada a sí misma, a la parte que se piensa diferente y es la misma. (p. 27)
Aparece así la otredad en el poema, la voz asume su YO esencial, es decir, su feminidad al mismo tiempo que se divide para ser otra; se convierte en un ser distinto pero similar al primero y en este distinguirse se dan cuenta ambas voces de que son la misma mujer transfigurada por el tiempo, así continúa el poema demostrando que la mujer es “diferente por momentos y es la misma” (p. 27)
Observamos entonces como la mujer de nuestros días se reconoce a sí misma en sus actos y en su entorno, asume que al ser mujer es también un ente múltiple y polifacético lo cual le permite redescubrir cada día las cualidades y virtudes de su género, así como también se redescubre en su soledad y en el despojo de su alma.
En tal sentido, la fémina que camina por los versos de Palacios, es un ser entregado a él mismo, vive las tristezas de su rutina con la misma pasión con la cual recibe y venera su soledad, esa soledad que se va adentrando cada vez más en el texto hasta formar un ser indisoluble en la misma voz de quien nos habla. Podría decirse entonces que la mujer de estas prosas es la misma soledad de la cual habla.
Por tal razón los Textos del desalojo se convierten en una cosmogonía de la mujer y su soledad. Encontramos en ellos poemas donde la mujer parte del centro para volver nuevamente al centro de su existencia, el centro que le aprisiona, le agobia y le mata. Leamos el siguiente poema:
En el centro, en el centro exacto, círculos concéntricos, materia informe, desde el centro, materia punzante, allá en el centro, […] Lejos del centro las estrías, las fisuras, esparcidas en contornos convergentes reunidos en el centro, y dispersos, descoloridos destellos destellan en el centro, vuelo efímero, […] ¡ay cómo pesa, ay cómo me gimo, cómo me abismo en este centro que se repliega, este centro que se consume, espiral del centro, ay como me oprime, dilatado centro! En el centro, ya centrada, en el centro fija, fija en el centro, atravesada por el centro, fuera ya del centro. (p. 35)
Aquí el centro de su delirio es el mismo centro de su vida y origen, un lugar donde los sentimientos se agrupan torturando el alma de la mujer que ya cansada y moribunda sólo busca salir y escaparse.
Soledad y muerte como sinónimos
En el mismo sentido y no conforme con ser la soledad humanizada, la fémina de este poemario llega a equipararse con la muerte. Es tan sombría y desgarradora su vida que ya no es sólo una mujer sola, sino que también sufre la pesadumbre de morir lentamente día tras día en su rutina. Como bien lo expresa en la página 51 del poemario. “Estoy muriendo. Estoy muriendo de una muerte lenta, callada, sin ruido. Estoy muriendo sin morir (…) Y de pronto parece que ya no estoy muriendo. Que he alcanzado a la muerte sin morir.”
¿Cómo puede una mujer declararse tan sola y tan lejana que hasta la propia muerte llega a ser su igual? Antonia Palacios nos presenta a una mujer que vive intensamente una soledad íntima y única, la cual es planteada en todo el poemario, a través de un juego intertextual donde la voz poética siempre reflexiva va cambiando por momentos para descubrir al final que continuará siendo la misma mujer sola. En tal sentido refiere Miranda (1993) que “[…] más se trata en la poesía escrita por mujeres, de una intertextualidad, –seguramente no buscada por aquellas- sus textos dialogan entre sí.” (p. 224)
En este diálogo, en este juego de intertextualidad encontramos, que la mujer de Textos del desalojo, no es sólo una mujer sola, sino que en medio de su soledad se transforma en una mujer insegura que desea ser otra para ser tomada en cuenta, y es que en realidad, la mujer a veces necesita transformarse y desdoblarse para reconocerse como mujer nuevamente. No en balde Palacios nos dice:
Invéntate de nuevo. Constrúyete en el nuevo día. Constrúyete en el día naciente. Invéntate en el día que alumbra, tú, prisionera y sin habla, tú, solitaria, sola entre cientos, sola entre miles, entre ninguno sola, […] Invéntate distinta para que alguien te toque, para que alguien te mire. Invéntate distinta para que se acerque a sentirte respirar. Distinta…Distinta… Deja atrás las puertas confinadas y mira hacia lo lejos. (p. 41)
La mujer se renueva y reconstruye, se da ánimo en medio de su soledad individual para atreverse a pisar otros mundos con otra valentía, pero sin dejar de ser la misma. Se invita a cambiar para romper la soledad y la muerte que le agobia.
Finalmente la mujer presente en Textos del Desalojo, va por los versos conscientes de sí misma, constante y reflexiva sobre su condición como ser pensante y analítico, ser que siente y vive de esos sentimientos, pero lo hace desde la soledad del alma y desde el anhelo de ser otra por estar ya cansada de ser siempre la misma. La mujer reflexiva se vuelve así un ser capaz de discernir entre su pasado, su presente y futuro, y pasea por su vida una vez más reconocida en sí misma y con la conciencia de ser mujer al tiempo que asume lo que la feminidad implica, ya sea la soldad, la locura, la vida o la muerte.
Referencias Bibliográficas
Miranda, J. (1993) La rebelión de las musas. En Diosas, musas y mujeres. pp. 221-227. Caracas: Monte Ávila Editores.
Palacios, A. (1978) Textos del Desalojo. Caracas: Monte Ávila Editores
Rísquez, F. (1997) Aproximación a la feminidad. Caracas: Monte Ávila Editores.
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