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5 ideas sobre la escritura, luego de leer a Murakami

 




“Una vez que se empieza a escribir, quien lo hace está solo” 

Haruki Murakami 


La escritura es un proceso solitario, implica la dimensión completa de quien desarrolla el oficio y pretende abarcar también al lector posible, pero solo luego de un largo viaje hacia el interior de quien se lanza, en solitario, a la aventura de hacer magia con las palabras.

Haruki Murakami sabe muy bien esto, lo expresa claramente en cada uno de los 11 capítulos que conforman su libro “De qué hablo cuando hablo de escribir”, un libro que debo confesar compré a ciegas, atraída tan solo por su título, desconociendo en su totalidad a Murakami y su obra.

Luego de culminar la lectura de este texto, me ha quedado la sensación de que se volverá uno de mis libros de cabecera pues reúne la visión que sobre la escritura tiene este autor y que esboza en función a sus más de 40 años de experiencia en el campo literario.

Murakami es un autor de novelas. Su obra es larga, casi tan larga como sus detractores, pero esto no ha evitado que se haya traducido en múltiples idiomas y que cuente con un batallón propio de lectores.

En el libro que hoy nos convoca, Murakami deja ver su experiencia, tanto en el campo de la escritura, los concursos literarios y el mundo editorial, pero de todos, el que más llama mi atención es su relación personal y directa con la escritura.

Para Murakami, el talento de la escritura brotó repentino a sus treinta años y desde allí no ha cesado, es muy sincero al describir que antes de su primera novela, antes de sentir esa especie de “Epifanía” que le condujo a escribir, jamás lo había considerado. Pero supongo que es algo que tenía que surgir en algún momento porque siempre fue un gran lector, y los lectores siempre tienen ese acumulado de diferentes mundos que pueden luego transformar en propios.

De este libro de Murakami me quedo con 5 ideas centrales que resumen su visión como escritor y que han venido a reforzar algunas de mis creencias, así como a liberarme de otras por años instaladas en mi cerebro y contra las cuales luchaba de un modo inconsciente, aferrada a la idea de un “deber ser” de un “camino literario” e incluso “espiritual” que ahora puedo reconocer como una impronta adquirida pero nunca propia. Veamos pues, de qué hablo, cuando hablo de Murakami.

La escritura es un proceso solitario


Más allá del estigma o estereotipo que se ha impuesto sobre los escritores como personas solitarias, individualistas y distantes, que no es falso pero tampoco cierto del todo, Murakami muestra el proceso de la escritura como lo que es realmente, un camino donde el escritor siempre está solo.

Esta soledad que refiere el autor, sobrepasa el hecho de que puede tener una familia, amigos e incluso dedicarse a actividades llenas de gente, se centra específicamente en el momento en el cual el autor, cargado de ideas, se sienta frente a la página en blanco y comienza a escribir.

La escritura es un proceso solitario porque el autor se enfrenta a un trabajo individual y personal, todo lo que va plasmando sobre el papel surge de su imaginación, de sus recuerdos y sus experiencias, como el resultado de un viaje profundo hacia el interior de sí mismo.

En este sentido, la escritura implica un volver sobre uno mismo, profundizar y adentrase en aguas profundas a las que pocos se atreven y enfrentarse a uno mismo, a las diversas emociones, a los recuerdos, a las ideas preconcebidas, a todo lo que nos conforma y define para luego expresarlo en el texto. Da igual que sea narrativa, poesía o cualquier forma de la prosa. Quien escribe está solo, él y sus ideas, nada más.

Aunque el escritor esté rodeado en su vida diaria de personas, esas personas, ni su editor, ni sus amistades, ni siquiera sus colaboradores pueden ayudarle, el proceso de la escritura es personal e intransferible, el autor podría decirle a cualquiera “Ven, siéntate aquí, escribe esto, desarrolla esta idea” y jamás eso que el otro haga será lo que el escritor pudo haber realizado, porque cada uno plasmará sobre ese papel en blanco su propio mundo y su propia visión del mundo. Cada uno, aunque estén ambos trabajando en la misma mesa, están, en lo más profundo, solos.

Esta soledad tiene algo de encanto y también pesa. Muchas personas realizan trabajos en los que cuentan con apoyo, si el médico en plena cirugía comete un error, siempre hay otro médico para tomar las riendas y un equipo amplio para apoyarlo. Si un bombero se ve rodeado por las llamas, sus compañeros vendrán a su rescate, pero el escritor no tiene estos salvavidas, el escritor se enfrenta a sí mismo, y en eso nadie puede auxiliarle.

Por esto Murakami refiere que se necesita también de fortaleza espiritual a la hora de escribir, y aunque no profundiza en este punto, no se refiere a religiones ni creencias, sino a la capacidad del escritor de conocerse, de saber caminar con suavidad entre las capas que le conforman y a la vez de la persistencia necesaria para no desistir, para mantenerse siempre de vuelta sobre este camino.

Pero la soledad del escritor también alcanza otras dimensiones. Cuando se trata de desarrollar un estilo personal y mejorarlo, el autor también está irremediablemente solo. Más allá de la opinión de los lectores y de la crítica, quien escribe y además lo hace por largos años, sabe que en el trabajo con las palabras siempre hay un camino constante de avances, nuevas puertas se vean abriendo, nuevas formas de “decir” van surgiendo y esto solo forma parte del trabajo, pero es también un proceso único y solitario. Se trata de una evolución personal en la que nadie más puede ser partícipe. Lo que nos lleva al siguiente punto.

El lenguaje es el campo de trabajo


Aunque la literatura esté colmada de pensamientos, formas diversas de ver el mundo, voces, personajes y metáforas, a la hora de la verdad, es solo un ejercicio constante de cada autor frente al lenguaje.

Y el lenguaje es un océano profundo y misterioso. Por momentos puede resultar sencillo como una tarde de playa a la orilla del mar, y en otras la vorágine de una tormenta capaz de hundir un crucero. Por ello Murakami refiere que las palabras tienen poder, algo con lo que siempre he comulgado.

Para Murakami “Las palabras tienen poder y ese poder hay que saber usarlo de una forma correcta. Como mínimo deben ser justas e imparciales. No pueden caminar solas.” (p. 41-42)

Todo escritor verdadero sabe que las palabras, el lenguaje en sí, ofrece un universo de posibilidades del decir, pero solo son posibles en función a lo que el autor pueda o sepa hacer con ellas. Conocer el lenguaje es fundamental, las palabras, sus múltiples significados, la estructura gramatical y todo lo que el lenguaje en cuanto estructura comprende. Pero también hay más, el autor debe saberse responsable de lo que dice, de cómo lo expresa, del uso que hace de la lengua, bien sea para expresarse o para crear un estilo propio.

Para Heidegger la palabra tiene un mundo de significación y designación, la palabra crea y al usarse de diferentes maneras, según la intención del autor, esta palabra adquiere una dimensión ontológica, es decir, abre las puertas del ser.

Cuando un escritor se sienta frente a su papel en blanco y comienza a escribir, está haciendo esto, abriendo las puertas de su ser por medio de las palabras, y aunque tenga una maravillosa imaginación y sea capaz de crear mundos insospechados, en el fondo de todo esto está él, su ser, allí expuesto en su lenguaje.

Pero aún hay más, este lenguaje crea y designa otras realidades que van en busca de un lector, aunque pasen años escondidas, y lo que sean capaz de evocar en ese lector siempre serán su función última.

Esto también lo expresa Murakami, no de forma tan abstracta, él es más directo al decir que escribe para él, como cada autor, pero a su vez para un lector imaginario, sin importar quién sea, y es en función a este lector imaginario que todos los autores trabajamos, de lo contrario poco sentido tendría dedicarle horas a la construcción de una frase hermosa, a corregir mil veces la metáfora hasta obtener la significación exacta. En el fondo escribimos para otro ser y buscamos llenar esa otra dimensión personal con nuestras ideas, desde el lenguaje.

El lenguaje es entonces el campo de trabajo, y solo la práctica, la escritura constante y la revisión insistente, pueden hacer que esta materia prima se transforme, mejore y nos permita hacer magia. Esta magia, de forma casi segura, nos conducirá al siguiente paso en el plano escritural, la obtención de un estilo.

Estilo propio y originalidad, una dicotomía disruptiva


En el campo de la escritura, la creación de un estilo propio es fundamental. La mayoría de los jóvenes autores comienzan a esbozar sus líneas bajo el influjo de otros referentes literarios, de sus lecturas y sus estilos. Por ello es tan común encontrar críticas del tipo “su escritura nos remite a Kafka…” por solo poner un ejemplo.

Pero Murakami justo al comenzar a escribir, sabía que tenía que romper con todo lo que traía, con sus lecturas y sus referentes. Sabía que debía valerse de ellos para no hacer lo mismo, de lo contrario, sabía también que no podría alcanzar un lugar en el campo literario. Por ello se lanza, en primera instancia, a trabajar en su estilo.

Él rompe con lo que ya se había gestado en Japón como “literatura pura” y un estilo “Japonés” de escribir, aunque lo hace de un modo inconsciente, pues luego de intentar escribir en su idioma natal y comprobar que no lograba reunir lo necesario o al menos que le sobraban palabras, opta por escribir en inglés. Al culminar el primer capítulo de su primera novela, traduce este capítulo al japonés, y es allí donde vive su nueva epifanía, ha descubierto una forma de decir sencilla, hermosa, precisa, ha descubierto su estilo.

El estilo es una condición también propia de cada autor, sin un estilo, sin una forma de decir, el escritor bien podría ser un buen escriba, un excelente redactor, incluso un maravilloso traductor, pero nunca un escritor.

El estilo propio forma parte del quehacer escritural, algunos autores lo encuentran al primer intento, otros van retirando capas y capas a su creación hasta dar con él, pero sin este estilo, si esta voz propia, esta forma particular y personal de expresarse, no hay un escritor visible, ni tampoco originalidad.

Pero aunque originalidad y estilo van de la mano, también requieren separarse por períodos para dar paso a nuevas originalidades.

Según Murakami, es muy difícil catalogar la originalidad, pues debe obedecer siempre a algo nuevo “algo fresco, enérgico e inconfundiblemente propio” (p. 107). Se sabe que es propio por medio del estilo, la forma de escritura que solo es posible en ese autor, más allá del tema, de la voz, del género, un autor es un verdadero escritor cuando alcanza un estilo propio, esto es lo que le hace original. Puede tratar el tema universal de la muerte, algo nada original y más bien trillado y aun así hacerlo de forma magistral porque tiene un estilo único.

Pero esto no deja de lado la evolución. Y es aquí donde es muy sencillo perderse y no saber identificar la originalidad en marcha. Todo autor que se mantiene por años en el oficio, va inevitablemente avanzando, evolucionando, ya lo habíamos referido, es un proceso que se da junto al crecimiento en el manejo del lenguaje.

Por esto la obra de un autor después de 20 o 30 años no es igual a la de sus inicios, pasa en música, en las artes plásticas, en las artes audiovisuales y también es necesario que ocurra en la literatura, de los contrario sería estancarse, sería mermar esa capacidad creativa, inhabilitar la magia de la palabra.

En este sentido, para Murakami, la mejor forma de hacerlo, de lograr la originalidad de un estilo propio, es deslastrarse de los parámetros, de esos cánones preestablecidos sobre la literatura y que no hacen más que coartar al escritor.

Para Murakami, la escritura es libertad, la libertad de decir, de hacer magia con las palabras, de jugar, de inventar, y es un tipo de libertad que no es sencilla, porque como bien lo expresa, mientras más se busca, más se vuelve una carga que termina por coartar a la libertad misma.

La escritura necesita ser libre para poder crear, pero para esto se requiere que el escritor también sea libre, por ello Murakami sostiene que más que llenarse de ideas y añadir algo a uno, es necesario más bien “escudriñar lo que hay en ti” (p. 101). Esto implica vaciarse, liberarse de todas las cargas extras, a menudo difíciles de identificar, para poder hacer uso de esa esencia única que como autores nos conforma.

Tal vez sea solo el paso de los años, junto con la práctica y la experiencia, lo que nos permita vaciarnos, identificar lo que tenemos de más, y también nos lleven a saber cuándo y cómo hacer el alto para lanzar todo a la papelera de reciclaje y volver a comenzar de nuevo con uno mismo.

Como esto no es sencillo, Murakami expresa que una clave para él es la diversión, si no hay emoción en lo que hace si no se divierte, entonces algo está mal y es necesario volver al principio y revisar lo que ocurre para retirar lo que sobra y volver a comenzar, comparto esto con él, y es que en definitiva hacer algo que no te divierte por mucho tiempo, no es creación, es un modo de tortura.

Escribir entonces es un proceso personal, de reconocimiento y trabajo interior, de creación, de magia, de avance y superación, de desarrollo de un estilo único y original, en fin, un trabajo laborioso y siempre solitario en el cual la clave es ser uno mismo así tenga que romper con todos los parámetros.

La corrección, siempre es parte del trabajo


Otro factor clave para Murakami en el proceso de escritura es la corrección. Y este es quizás el punto más difícil del trabajo del escritor. El punto de quiebre podría decirse.

Cuando se trabaja con la escritura, no basta con sentarse a llenar páginas, construir mundos, personajes o hermosas metáforas, también es obligatorio sentarse a corregir, a borrar parte del trabajo para limpiarlo, para hacerlo preciso y perfecto.

En este punto los escritores serios, los que de verdad piensan en un más allá, entiéndase lector u oficio, saben que borrar es parte del trabajo. Y esto implica también una lucha interior que requiere de fuerza espiritual, de valentía para luchar contra los propios demonios del ego y sobre todo para tener la suficiente humildad para escuchar a esos lectores iniciales que nos prestan sus emociones, sus oídos y sus ojos para adentrarse en el texto.

Murakami dice que su primera lectora es siempre su esposa, y aunque esto le traiga discusiones y conflictos, solo entrega sus obras a los correctores editoriales una vez que ha trabajado minuciosamente en corregir lo que su esposa le ha señalado.

Quienes escribimos sabemos que más difícil que crear es borrar, porque nos cuesta horas de trabajo, de visualización de un mundo, de una sonoridad que tal vez solo ocurre en nuestras mentes.

Borrar supone también borrarnos un poco, asumir que ese texto es ahora autónomo, tiene vida propia, que ya no nos necesita porque ha pasado a ser de otros y por ende tiene voz, y necesita que le dejemos ser libre, sin esa parte de nosotros mismos que nos cuesta retirar. Pero si no se hace, si no se retira lo innecesario, si no borramos lo que distorsiona y no nos atrevemos a corregir, entonces el texto no alcanzará la perfección, no será capaz de transmitir lo que buscamos.

Pero esta fase del trabajo implica más que solo tomar un lápiz y tachar segmentos, implica también un tiempo de reposo. Tomar ese texto y dejarlo un par de semanas o meses dormir tranquilo en una gaveta, mientras nos conectamos en otra cosa y dejamos de pensarlo.

Implica también, volver luego sobre él, con la mente más clara o más fría, sin sentimentalismos paternales y releer para ubicar las lagunas, los fallos y también los excesos. Solo después del reposo y la lectura seremos capaces de borrar, y luego de esto, de escuchar las voces de esos dos o tres lectores iniciales que nos llevarán nuevamente a corregir.

La corrección no se refiere solo a borrar, en ocasiones donde se retira una palabra surge un capítulo nuevo entero, todo depende de esa historia, o de esos versos que ahora, aunque nos duela, tienen vida propia. Esto es también el trabajo del escritor, más que saber cuándo y cómo decir, su maestría estará en saber cuándo y dónde borrar y cómo y dónde reescribir.

Asumir las riendas del oficio


Mucho se ha criticado a Murakami de ser un escritor de Bestseller, él mismo lo sabe y manifiesta, pero también en este libro, nos muestra parte de lo que ha sido su proceso para lograrlo.

Se me hace interesante su experiencia y que se atreva a contarla, porque más allá de las críticas y de lo que los “estudiosos de la literatura” puedan considerar válido o no, al final todos los escritores aspiramos ser leídos y poder vivir de lo que hacemos, ese es la meta de todos, aunque nos vistamos de falsa humildad y respondamos con desinterés, de hecho, me parece que este tipo de afirmaciones, así como las de pensar que solo nosotros podemos hacer lo que hacemos, son el colmo de la arrogancia y la falsedad.

Todos en el fondo anhelamos ser un Bestseller y hay maneras de lograrlo, Murakami nos cuenta como lo hizo. Él sabía desde el principio que tenía un estilo diferente, esto le abrió el campo para llegar a más lectores fuera de Japón, como en el resto del continente asiático, Rusia y Europa. Sin embargo, su entrada al continente americano fue lenta, requirió de esfuerzos y no solo de una estrategia de marketing.

Cuando decide vivir fuera de Japón, lo hace no solo buscando un nuevo mundo de lectores, sino también para escapar de las críticas y sub valoraciones a la que su obra había sido sometida en Japón, a pesar de ser allí ya un éxito de ventas.

Busca otros países hasta radicarse en Estados Unidos, donde tuvo que empezar de cero, darse a conocer de nuevo, con muchos libros bajo el brazo que a todos resultaban desconocidos.

Su estrategia fue básica, inició por traducir sus libros gracias al apoyo de dos traductores que se ofrecieron a hacerlo, esto le permitió ver que si quería lectores en este continente, debía acercar las obras a su idioma.

Así comenzó la traducción al inglés y con ello abrió la puerta del mercado editorial, no sin dificultades, pues tuvo un comienzo difícil, con una editorial buena pero pequeña que no alcanzó a llevar su obra a donde él quería. No sería hasta firmar con otra editorial y publicar en una de las más famosas revistas de Estados Unidos que el mundo literario de este país comenzaría a fijarse en él.

Este breve resumen de su experiencia, nos permite ver con claridad un par de puntos en cuanto al trabajo del escritor. Primero, no importa lo conocido que puedas ser en un lugar, siempre serás un perfecto desconocido para otros, lo que nos lleva a lo segundo, nadie va a venir a descubrirte, tienes que salir, tienes que mostrarte.

Por años se ha pretendido que los escritores deben centrarse solo a escribir, y luego esperar con mucha fe, con extrema fe diría yo, que una editorial decente venga en su búsqueda. Pero esto no pasa, y puedes pasarte la vida entera esperando por ello.

En el mundo literario cada día hay voces nuevas, algunos logran ser conocidos de inmediato y otros no, pero esto no va del todo de la mano con la calidad de sus textos.

Algunos ganan grandes premios, como Murakami, otros conocen gente o se dan a conocer. Los premios son una buena puerta de entrada pero no la única, y a decir verdad, a veces están muy viciados. Por ello, la tarea del escritor debe también centrarse en salir a mostrar su obra, darse a conocer no solo tocando la puerta de las editoriales sino presentando sus textos en revistas y otros medios donde los lectores puedan conocerlo, y así hacerse de un grupo de lectores que luego puedan ser una tentación para las editoriales, después de todo, estas piensan en ganancias, no solo en promoción de la lectura.

En la actualidad hay un sinfín de opciones para hacer esto, desde mostrar parte del trabajo en redes sociales y medios más especializados, hasta contratar servicios editoriales y publicar, lo que se conoce como auto publicación y que es visto por algunos como mera vanidad, pero que a la hora de la verdad, es una forma válida, tanto como otras, de dar a conocer el trabajo y más aún cuando el mundo editorial prefiere sostener sus ingresos con voces conocidas que dar la oportunidad a las nuevas.

Murakami, a pesar de ser un autor conocido en buena parte del mundo, empezó de cero en América, tuvo que buscar editoriales, tuvo que traducir sus obras, tuvo que darse a conocer en otros medios, en pocas palabras, tomó en sus manos las riendas de su carrera profesional, como lo hace cualquier otro profesional que va a mostrar sus capacidades para obtener un trabajo.

Esto forma parte también del trabajo del escritor, salir y darse a conocer, aunque por ello la mayoría sea juzgado y criticado como un vanidoso o cosas peores. En el campo de la literatura, como de las artes en general, lo que no se muestra no se conoce, puede ser la más grande creación de la historia, mientras esté guardada dentro de una gaveta no sirve para nada. Así que es vital, esencial, que el autor logre superar las críticas y salga a mostrar su obra. Después de todo, como afirma también Murakami “haga uno lo que haga, siempre hay alguien que lo criticará.” (p. 247)



Podría seguir hablando mucho más de este libro de Haruki Murakami, hay todo un mundo de experiencia en el campo literario que puede servir de guía a cualquiera que pretenda adentrarse en este camino, a mí en lo particular me ha permitido sacar de la cabeza algunas creencias viejas y que ahora me parecen absurdas, así como reforzar otras especialmente en torno a la palabra y el oficio.

De Murakami quiero ahora todo, procuraré adentrarme en su narrativa en orden cronológico, aunque no creo lograrlo, pero siempre será interesante constatar esta evolución del escritor.

Finalmente, lo que Murakami nos muestra en “De qué hablo cuando hablo de escribir” es simplemente su vida y su experiencia como autor, una vida de la cual todos podemos aprender, independientemente del tiempo que llevemos en el oficio.


Referencias

Murakami, Haruki (2017) De qué hablo cuando hablo de escribir. Tusquets Editores. Buenos Aires.

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