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Reseña de “El Nervio Poético” (2018) de Alberto Hernández

 

Si hay una forma de hacer el poema, de escribirlo, es a través del pulso de la sangre, un flujo continuo que brota del ADN poético y no se detiene hasta encontrar su espacio sobre el papel.

A esto lo llama Alberto Hernández el nervio poético, él lo sabe porque fluye por sus venas, se hace eco de su memoria, sus palabras, su esencia, es su ADN, aunque a veces pretenda escapar de él y no alcance a lograrlo, salvo para escribir la mejor de las prosas poéticas que he leído.

Eso es este libro, una mezcla de poesía, prosa poética, narrativa y ensayo literario que se acerca más a una disertación sobre la poesía y el oficio del poeta que a otra cosa. Y no es raro, después de todo este libro está dedicado a la poesía y a los poetas venezolanos, es un homenaje y a la vez un rescate, un atreverse a reconstruir la memoria poética de un país donde unos pocos gozan la suerte de que sus versos traspasen las fronteras.


Alberto apuesta por el poema y la poesía venezolana en una novela que nos lleva a recorrer de su mano los encuentros con autores como José Barroeta o Eugenio Montejo, con su poesía y hasta con sus heterónimos, para que podamos comprender de un modo más cercano cómo la voz de cada uno puede ser tan diferente aún cuando provienen de las mismas manos, porque eso es la pulsión del poema, un derramarse, un construirse y deconstruirse en pro de una evocación, de una realidad paralela que jamás será del todo condensada entre los versos, aunque la imagen sea la más cercana.

Alberto nos regala su nervio poético en este libro, pero también el de Barroeta, Montejo y de cada una de las voces de la poesía venezolana de mediados del siglo XX, voces que erigen una poética de lo urbano y a la vez del paisaje, voces que no se unen en un solo tema, en una misma esfera, sino que retratan, cada uno a su manera, esa noción abstracta que es la identidad venezolana junto a la identidad poética.



Alberto sabe bien que todos escriben por necesidad, la misma que corre por las venas de cada poeta y que los lleva a inventarse nuevos mundos, mejores silencios, evocar recuerdos ciertos e inciertos y hasta experiencias que solo ocurrieron en la imaginación de quien por necesidad escribe.

Con esa misma necesidad de retratar la poética de nuestro país Alberto también se embarca en un recorrido por la ciencia del poema, una constante que siempre irrumpe en su trabajo escritural pero esta vez la lleva a otro nivel, a reconocer la innecesaria necesidad del poema y con ello su poder de creación y destrucción al ras de un verso, del silencio, de la osadía de quien se atreva a escribirlo y de quien ose leerlo.

A Alberto le gusta escribir sobre la poesía, pero este libro rompe con toda su trayectoria escritural, la eleva a un grado mayor, ya no es el poeta-poema que se baja del bus para decir que él es el poema-poeta de la ciudad, no, ahora es el poeta que se para al otro lado de la página para decirnos que el poema “es un barro intransitable. El perdón que no buscamos. El que también anhelamos en la última hora.” Y va más allá porque revela una realidad agobiante, el misterio del oficio del poeta más que de el escritor general: “Un poema nos alimenta, pero también nos consume”. Él sabe lo que Heidegger reveló hace tanto: “el poema respira y funda otra realidad” y por ello, porque el poema puede crear y destruir, transformar y consumir, unir y desunir, hacerse eco de la memoria y de la denuncia, de la protesta y de los sueños, me atrevo a decir que “El Nervio Poético” de Alberto Hernández es una de las obras más valiosas de su autoría y de la poesía nuestra, porque no solo nos toma de la mano para llevarnos a descubrir la poesía de nuestras tierras, sino que a la vez nos revela el misterio de la poesía y su influjo.



“El nervio poético” es el libro ganador del Premio XVII Concurso Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana. Quién conoce la escritura de Hernández sabe que cada línea lleva su sello, incluso en un verso Alberto comete la osadía de revelarse como el poeta que es, un poema-poeta imaginario.

De este libro me quedo con su disertación sobre la poesía y con todas sus experiencias imaginarias con las voces poéticas de mi Venezuela amada, pero en especial con las conversaciones con Montejo y sus heterónimos, una realidad ficcional que me gustaría haber experimentado. No en vano Alberto lo afirmó mucho antes de este libro: “La ficción existe, pero cuánto duele.”





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