Si hay una forma de hacer el poema, de escribirlo, es a través del pulso de la sangre, un flujo continuo que brota del ADN poético y no se detiene hasta encontrar su espacio sobre el papel.
A esto lo llama Alberto Hernández el nervio poético, él lo sabe porque fluye por sus venas, se hace eco de su memoria, sus palabras, su esencia, es su ADN, aunque a veces pretenda escapar de él y no alcance a lograrlo, salvo para escribir la mejor de las prosas poéticas que he leído.
Eso es este libro, una mezcla de poesía, prosa poética, narrativa y ensayo literario que se acerca más a una disertación sobre la poesía y el oficio del poeta que a otra cosa. Y no es raro, después de todo este libro está dedicado a la poesía y a los poetas venezolanos, es un homenaje y a la vez un rescate, un atreverse a reconstruir la memoria poética de un país donde unos pocos gozan la suerte de que sus versos traspasen las fronteras.
Alberto apuesta
por el poema y la poesía venezolana en una novela que nos lleva a recorrer de
su mano los encuentros con autores como José Barroeta o Eugenio Montejo, con su
poesía y hasta con sus heterónimos, para que podamos comprender de un modo más
cercano cómo la voz de cada uno puede ser tan diferente aún cuando provienen de
las mismas manos, porque eso es la pulsión del poema, un derramarse, un
construirse y deconstruirse en pro de una evocación, de una realidad paralela
que jamás será del todo condensada entre los versos, aunque la imagen sea la
más cercana.
Alberto nos regala su nervio poético en este libro, pero también el de Barroeta, Montejo y de cada una de las voces de la poesía venezolana de mediados del siglo XX, voces que erigen una poética de lo urbano y a la vez del paisaje, voces que no se unen en un solo tema, en una misma esfera, sino que retratan, cada uno a su manera, esa noción abstracta que es la identidad venezolana junto a la identidad poética.
Con esa misma
necesidad de retratar la poética de nuestro país Alberto también se embarca en un
recorrido por la ciencia del poema, una constante que siempre irrumpe en su
trabajo escritural pero esta vez la lleva a otro nivel, a reconocer la
innecesaria necesidad del poema y con ello su poder de creación y destrucción
al ras de un verso, del silencio, de la osadía de quien se atreva a escribirlo
y de quien ose leerlo.
A Alberto le gusta
escribir sobre la poesía, pero este libro rompe con toda su trayectoria escritural,
la eleva a un grado mayor, ya no es el poeta-poema que se baja del bus para
decir que él es el poema-poeta de la ciudad, no, ahora es el poeta que se para
al otro lado de la página para decirnos que el poema “es un barro intransitable.
El perdón que no buscamos. El que también anhelamos en la última hora.” Y va
más allá porque revela una realidad agobiante, el misterio del oficio del poeta
más que de el escritor general: “Un poema nos alimenta, pero también nos
consume”. Él sabe lo que Heidegger reveló hace tanto: “el poema respira y funda
otra realidad” y por ello, porque el poema puede crear y destruir, transformar
y consumir, unir y desunir, hacerse eco de la memoria y de la denuncia, de la
protesta y de los sueños, me atrevo a decir que “El Nervio Poético” de Alberto Hernández
es una de las obras más valiosas de su autoría y de la poesía nuestra, porque
no solo nos toma de la mano para llevarnos a descubrir la poesía de nuestras
tierras, sino que a la vez nos revela el misterio de la poesía y su influjo.
“El nervio poético”
es el libro ganador del Premio XVII Concurso Anual Transgenérico de la
Fundación para la Cultura Urbana. Quién conoce la escritura de Hernández sabe
que cada línea lleva su sello, incluso en un verso Alberto comete la osadía de
revelarse como el poeta que es, un poema-poeta imaginario.
De este libro me
quedo con su disertación sobre la poesía y con todas sus experiencias
imaginarias con las voces poéticas de mi Venezuela amada, pero en especial con
las conversaciones con Montejo y sus heterónimos, una realidad ficcional que me
gustaría haber experimentado. No en vano Alberto lo afirmó mucho antes de este
libro: “La ficción existe, pero cuánto duele.”
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