José Saramago,
premio Nobel de literatura 1998, es un autor cuya escritura trasgrede los
límites, todos los límites, ya sean gramaticales, poéticos, narrativos,
históricos, políticos, religiosos, sociales. Cualquier clase de límite que
pudiera existir seguramente fue transgredida más de una vez por Saramago, y si
quedó alguno sin tocar debió ser porque la muerte le alcanzó primero en el año
2010, cansada de sus continuos juegos y su obsesión por retarla en cada libro.
Y es esta
insistencia en la transgresión de parte de Saramago lo que le convirtió en uno
de los autores más importantes de la literatura contemporánea. Pero su
transgresión no es solo una técnica, es una forma de ver el mundo, de enfrentarlo
y analizarlo, deconstruirlo y recrearlo, aunque no del modo que a todos
gustaría, sino del único posible: el que nos hace comprender el absurdo de
nuestro propio universo.
La visión
transgresora de Saramago es una visión crítica, invita al lector a pensar y
repensar la realidad, la historia, la política, las convenciones sociales e
incluso su fe, y nos muestra de una forma descarnada la realidad que no
queremos ver porque estamos acostumbrados a la mentira.
Para Saramago la
escritura va más allá de la ficción, él se vale de la ficción para contarnos y
poetizarnos el mundo tal como es, tal como no queremos verlo. El mundo real a
través de sus imágenes y metáforas, de sus ironías y su visión crítica de las
cosas. Y para ello se vale de un subgénero literario que utiliza continuamente:
la distopía.
Sí, Saramago es un
autor distópico, a ver amantes de la distopía ¿Dónde están que no han leído a
este autor? Pero En Saramago la distopía es otro recurso, uno muy bien pensado
y logrado para enfrentar al lector a la realidad más cruda, la realidad de la
naturaleza humana. Lo vemos en novelas como Ensayo sobre la ceguera
y Ensayo sobre la lucidez y también en su poesía, el caso que hoy
nos ocupa.
En “El año
de 1993” Saramago nos presenta una ciudad sitiada por un ejército
opresor, la encarnación del mal, capaz de crear las más monstruosas formas de
tortura e infligir las peores vejaciones y humillaciones a los habitantes, por
el simple hecho de hacerse con el poder.
La historia,
contada en poemas que a veces son prosa y a veces versos, se desarrolla en una
ciudad futura en el año 1993. Digo futura porque el libro original se publicó
en el año 1975, un año después de que culminara la dictadura militar que
mantuvo a Portugal prisionera por más de 40 años.
Así “El año
de 1993” presenta la barbarie de la dictadura, el enfrentamiento de los
revolucionarios, la debacle social, la oscuridad de la naturaleza humana, en
fin, todo lo que en dictadura puede experimentar y resistir un pueblo. Pero lo
hace de un modo metafórico, irónico, recreando la barbarie en una ciudad
futura, distópica, donde los ocupantes de la ciudad desarrollan un robot
alimentado por carne humana para vigilar y matar a los habitantes se opongan o
no a su poderío. Una máquina de matar diseñada con el único fin de atacar y
someter a los pocos habitantes a sus arbitrarias decisiones.
En este poemario
hay crítica de una realidad difícil, la de la dictadura. Pero también de la
realidad social que implica: vejaciones, humillaciones, violaciones, dudas
sobre la fe, adopción de nuevas deidades, búsqueda de la esperanza, de una vida
más allá de la barbarie, lucha, huida, escape, hambre, sangre, el desprecio por
la vida del otro.
El año de
1993 construye una
ciudad en guerra, una ciudad futura, pero no para decirnos “Mira que horribles
podemos ser los humanos”, sino para decirnos en mayúsculas y poéticamente a los
gritos “¡Mira que horribles somos los humanos!”.
Según Saramago la
escritura de este poemario obedeció a un impulso, una necesidad de gritar lo
que pasaba, justo después comenzó la revolución y pensó que ya no era necesario
publicarlo: “Si, como se dijo, el fascismo estaba muerto, ¿por qué
seguir hablando de dominadores y dominados? Hoy sabemos que el fascismo está
vivo y cumplí con mi deber publicando el libro.”
Corren los días
finales del año 2023, 30 años después de ese distópico año del poemario, y la
realidad que figura el libro y de la que Saramago nos advierte continúa tan actual
como real, en otros continentes, en otras regiones menos felices para unos y
más afortunadas para otros, pero la prerrogativa es la misma: seguimos negados
a ver como la sed de poder de unos se abalanza como una máquina mortal, sobre
la vida y dignidad de otros.
Las palabras de
Saramago, su visión de su mundo, su poética, su narrativa, su comprensión de la
realidad sigue tan viva como siempre. Un escritor siempre actual a pesar del
transcurrir de los tiempos. No en vano lo sostiene en uno de sus versos
“Distante creeríamos el año de 1933 y sin embargo aún es su tiempo”.
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