Es
lunes 29 de Julio de 2024, hoy se cumple un año exacto de la muerte de mi padre
y cargo los ánimos cruzados, no es para menos. Ayer fueron las elecciones
presidenciales en Venezuela y los resultados una vez más fueron los mismos. Ya
sabía que pasaría como lo sé desde el 2012 cuando este largo camino de fraude
comenzó, o continuó, no lo sé. Yo estuve en esas elecciones, hice campaña a
favor de la oposición, fui testigo de cómo en mi centro de votación el ganador
era el candidato opositor y también de cómo al día siguiente los resultados publicados
en la prensa decían lo contrario. Desde ese día tengo claro que no es un tema
de fe, quizás de esperanzas, pero de fe no. La fe es otra cosa.
“Mano
tengo fe” es eslogan popular actual de la selección de fútbol venezolana con
miras al mundial ¿llegaremos? No lo creo, saber jugar fútbol no es cuestión de
fe, como tampoco lo es la política y menos la dictadura. La fe va más allá. Con
la fe también se elaboró toda una estrategia política para motivar a los venezolanos
a votar de nuevo, de algún modo hay que movilizarlos luego de tanta decepción. Pero
¿qué pasó? ¿No alcanzó la fe?
La
fe es más que una emoción o un sentimiento, va más allá de la esperanza y se
mueve incluso en el campo del desierto, la desesperanza y la aridez. La fe no
es una solución mágica y me preocupa muchísimo que el discurso electoral esté colmado de esta expresión: tener fe del cambio, tener fe que Dios obrará ese
cambio, tener fe, como si la fe fuese una salida política o deportiva. Porque en
ese caso ¿Qué pasa con la fe del otro? ¿la fe del contrincante? ¿Por quién
debería decidirse Dios? ¿Por el que tenga más fe? Y ¿Cómo se mide la fe? ¿Cómo sabe
Dios quién tenía más fe? A Cristo la fe le costó la vida, a Él el elegido, el
mesías. Hoy el discurso político y esperanzado juega con la fe, se mueve en las
aguas turbulentas de las pasiones para decirnos que tengamos fe, pero ¿qué tipo
de fe? O mejor dicho ¿qué entienden por fe? ¿Una fe capaz de romper dictaduras
por medio del voto? ¿Dónde se ha visto eso?
Hace
poco mi tía nos regañó porque no creíamos en la posibilidad de un cambio. Mi
esposo y mi tío coincidían en que la única solución era el camino de la paz… la
paz como onomatopeya del sonido de los disparos. “Paz, paz, paz” decían mientras
hacían con sus manos el movimiento de las pistolas. La tía nos regañó de nuevo:
“es que son gente de poca fe”, dijo. Pero ¿Qué es la fe?
Mi
camino espiritual me ha mostrado que la fe es más que una emoción, que supera las
lindes de la esperanza y la desesperanza, que es una certeza sí y una garantía,
pero en otra cosa, en algo más poderoso que un cambio político o una clasificación
al mundial. La fe es la certeza de que Dios me sostiene en medio de la adversidad,
que aun en el momento de la muerte él está conmigo, me abraza, me acoge, me
sostiene. Fe es saber que el cambio es posible siempre que ese cambio empiece
en ti, porque la fe es activa no estática. No se queda en una idea ni un
discurso, no se mueve de la misma forma que las palabras, se vive y al vivirla
la fe obra. No al revés.
La
fe como discurso político es peligrosa, porque nos ubica en la misma posición
del niño inocente que cree aún que “El niño Jesús” trae los regalos en
navidad. Convierte la fe en ilusión y como dice el refrán popular: quien vive
de ilusiones muere de desencantos. Tener fe implica saber que Dios está contigo
siempre, aún en el desierto, aun en la dictadura, aun en medio de la batalla.
Saber que te guarda, te cuida, que te acoge entre sus brazos en el momento de
la muerte. Sí, la fe también puede obrar milagros, pero esto es algo muy
distinto a la magia y el problema con el discurso político de la fe es que la
ubica en el mismo nivel de la magia, allí en el mismo lugar donde las oraciones
se vuelven hechizos y los problemas se transforman en otra cosa como si un hada
madrina descendiera de pronto a solucionarlo todo y no, eso no es fe. Eso, lamentablemente, forma parte del pensamiento mágico religioso que por años ha
mantenido a las personas de fe, sobre todo a las latinoamericanas, sumidas en
una especie de burbuja manipulable que flota hacia donde el viento la lleve incapaz
de ver que las espinas de los árboles pueden reventarla.
Desde
que comenzó la campaña electoral escucho a las personas hablar de fe, las veo
ilusionarse, las veo esperanzarse, las veo sumarse al clamor popular por un
cambio, pero no las veo cambiar, ojo con eso. Las veo pedir oraciones, las veo
ir a misa y hacer un show patriótico luego de la Eucaristía (inserte aquí el
emoji que se tapa la cara) pero no las veo vivir la fe que dicen que tienen, la
fe que dicen que profesan. Para hacerlo más sencillo, ayer las iglesias de Venezuela
y el mundo se abarrotaron de venezolanos, pero ¿Cuántas veces al año esos
venezolanos llenaron así las iglesias? ¿Cuántas veces fueron a misa dominical? ¿Cuánto
minutos a la semana le dedican al Santísimo? Y si son gente de fe, pero no “de
iglesia” (que en el campo de los creyentes cualquier cosa es posible) ¿Cuánto practicaron
la caridad, el amor al prójimo, el respeto, la honradez y los principios de la
fe que profesan? Entonces mano, ¿dónde está tu fe?
Hoy,
los mismos venezolanos que tenían tanta fe, esperanza e ilusión amanecen tristes,
furiosos, desconsolados. La misma fe que tenían se les ha vuelto agua entre las
manos. Sabemos que nos robaron, sabemos que seguirán robando. Sabemos que la
salida no es democrática porque en Venezuela hace mucho que no hay democracia.
Entonces, si lo sabemos, ¿por qué la decepción? ¿por qué la rabia? Porque se
nos manipuló con un discurso peligroso, el discurso de la fe. Nos vendieron y nos
pidieron una fe que no mueve montañas, una fe ilusoria, una fe mágica. Y eso no
es la fe. Nos dijeron que la fe haría el cambio y millones salieron a votar con
fe, pero con una fe diferente, la misma fe del pueblo de Israel en el desierto,
una fe no fe, una fe infiel, sincrética, ilusa. Una fe que se molesta con Dios
cuando sus plegarias no son respondidas del modo que esperaba “como el día de Masá
en el desierto; allí vuestros padres me probaron, me tentaron aunque vieron mis
obras.” (Sal 95, 8-9) Una fe inmadura, una fe incapaz de ver que no es un tema
de fe. Que no se trata de milagros, que los hechos están allí y nos pisan los
talones como la serpiente el calcañar.
La
realidad la hemos vivido a lo largo de estos años, la hemos sufrido, la vimos
en los jóvenes que murieron a manos del estado, de los presos políticos, de una
sociedad en debacle, de un fraude tras otro, de la diáspora. La hemos visto
bailando sobre la muerte de los nuestros pero el discurso de la fe hizo ciegos
a muchos a la realidad, les vendió esperanzas y les puso gríngolas en los ojos,
los hizo incapaces de ver una verdad evidente: no hay salida democrática, nunca
la hubo y pretender que con fe y con votos el cambio es posible ubica a la fe,
insisto, al mismo nivel de la magia y la ilusión. Un lugar peligroso.
Peligrosísimo,
porque ahora las personas que hace pocas horas estaban esperanzadas y votaron
con “fe”, lloran, se lamentan, se enojan, se mueren, porque se sienten heridos,
traicionados, robados, defraudados, porque ahora vuelven a la realidad, porque
se les quebraron las esperanzas, porque la fe les falló, pero ¿cuál fe? La verdadera
fe es la que te sostiene en medio de todo este caos, es la que te levanta, te
anima a seguir en medio de la dificultad, te da luz, te abre camino, te impulsa.
La verdadera fe puede vivirse aun en medio del desierto más duro y la hora más
oscura, allí en el mismo Getsemaní de Jesús, de rodillas con la esperanza de
que el cáliz pase de largo, pero con la certeza de que la voluntad de Dios es
más importante que la mía, aunque esa voluntad nos resulte dura y poco clara.
Hoy
estamos con Jesús en el Getsemaní, quizás también estamos colgando del madero,
pero esto no puede derribar una fe verdadera. Pretender que la fe va a sacarnos
de la crisis política de nuestro país es ignorar que el mismo Jesús en el que creemos
en ningún momento vino a derrocar gobiernos ni hacer política. Su camino
siempre fue otro, el siervo sufriente de Yahvé. Él nos mostró que el cambio
debe ocurrir desde adentro, de cada uno. El amor por el amor mismo. Él vino a
mostrarnos que la fe es constancia, perseverancia, abandono. Que la fe no busca
el bien propio sino el colectivo. Que nadie se salva solo, que se ama como uno
se ama. Y si no es esto lo que nos está llevando a vivir nuestra fe no podemos
esperar que otros cambios mayores se realicen.
Tener
fe es muy diferente a tener esperanzas. Tener fe no puede impedirnos ver la
realidad ni taparla. Todo lo contrario, quien tiene fe debe poder ver la
realidad y denunciarla, no quedarse en la parte cómoda de la esperanza porque
Jesús seguro va a incomodarnos más de lo que va a acomodarnos. Porque de eso se
trata vivir con fe. A lo largo de estos años, y más desde mi autoexilio (por
así llamarlo) he perdido amigos por esta causa, también me he alejado de
familiares por esto, por la insistencia en no querer ver más allá, por
aferrarse a una fe ligera y no entender que la fe va más allá de una emoción y
una esperanza. He recibido palabras como: “mujer de poca fe”, “nos robas la
esperanza”, “te falta conversión”, ¨Te hablo porque soy converso sino no te
respondería”, y otras cosas por el estilo que no solo denotan una comprensión
errónea de la fe, sino una ceguera contundente. La fe debe movernos al cambio
para que realmente ocurra un cambio. Sin ir muy lejos, en tiempos de pandemia
muchos tuvieron fe, muchos también negaron la existencia del virus, muchos hombres y
mujeres de fe murieron, hasta yo me contagié, pero sé que Jesús estuvo allí,
eso es la fe.
Hoy,
mi país sufre nuevamente una crisis más moral y anímica que electoral y
fraudulenta, porque la realidad estaba allí, ya sabíamos lo que iba a pasar y
pasó. Guerra avisada no mata soldado y si lo mata es por descuidado. Entonces ¿qué
pasó con la fe? La fe o, mejor dicho, el discurso político de la fe usado como
amuleto mágico nos hizo descuidarnos una vez más, y allí está el golpe, otro
durísimo golpe sobre la democracia inexistente. ¿Qué pasó con la fe? Si la fe
que te sostenía hasta ayer, la fe con la cual fuiste a votar y apoyaste a la Vinotinto
no te sostiene hoy, no te hace obrar, entonces no era fe, era otra cosa, o
quizás como diría el Apóstol Santiago, solo era una fe muerta.
Ahora,
que la realidad vuelve a golpearnos de frente, que la esperanza fue sacudida y
la ilusión se ha roto, dime mano ¿dónde está tu fe? ¿Se te rompió igual que la
esperanza y la ilusión? ¿Era verdadera fe? Si lo era, sabes entonces cuál es el
camino. Si no lo era, despierta, porque la fe no es una ilusión, la fe es acción,
es certeza. Es saber que Dios está contigo y obrar en consecuencia. Si tu fe sólo
te alcanza para apoyar a la Vinotinto hasta que pierde o emitir un voto hasta
que te lo roban, entonces, hoy frente al calvario de nuestra tierra una vez más
te pregunto: mano ¿tienes fe?
Comentarios
Publicar un comentario