Venezuela
es un poema inconcluso, algo siempre falta o sobra, nunca se termina y siempre
se corrige, como si la vida no fuese más que volver sobre sus versos y corregir
palabra a palabra cada trozo de la historia. Venezuela anida en el fondo del
lamento, ese abismo profundo al lado del alma, una tentación que siempre invita
a la nostalgia, aunque sepas desde antaño que ofrecerte más no puede salvo tus
recuerdos vencidos.
Venezuela
es un poema inconcluso, sin rumbo claro más que el norte o el sur o los
laterales a los que llegue su frontera. Es la mezcla de la belleza del mundo
allí, al norte de un sur al que no le importa. Venezuela es mi poema eterno, esa
especie de amor platónico siempre distante, aunque la habites, siempre cercana,
aunque estés lejos. Irse es lo mismo que quedarse, nadie está exento de la barbarie,
el caos y sus secuaces. Siempre hay un “por si acaso” cerca, siempre un “cuídate”
al borde del camino. Nada en Venezuela es lo que parece, salvo el azul turquesa
de sus playas, pero fiarse de ellas no se debe, pueden ser traicioneras como la
selva, el desierto o la montaña, como una sombra en medio la noche oscura.
Venezuela es un poema inconcluso, se escribe a mil manos y no se acaba porque
siempre hay quien borra, tacha, rompe, destruye, pero no para enmendar sino por
el mero lujo de la soberbia.
Nadie puede
escribir un país que no le es propio, aunque tenga de él su sangre, su acento,
sus huellas. Nadie puede escribir un país que le han robado, porque nunca se
está del todo en él, menos aún quien lo habita. Nadie puede ver lo que este
poema implica, ni el poema mismo sabe a dónde aspira o lo que cuenta. En ocasiones
es oda a su belleza misma, la más de las veces se vuelve réquiem de sus voces
muertas. Me pregunto si algún día escribiré la patria, no lo creo pues mi
patria es mi hija, fue Venezuela misma quien me la sembró de un golpe allí en
el mismo lugar donde antes echaba raíces un país que decidió marcharse de mí
antes que yo lo hiciera.
Venezuela
es un poema que no se acaba, va y viene entre su oleaje, sus dunas, sus
lamentos. Se mueve en el borde preciso de la frontera entre el anhelo y el
recuerdo, sabe hacerse de rogar y también darte la espalda, como un amante
tóxico y narcisista. Venezuela es un poema que duele, que evito escribir y que escribo,
aunque no quiera, porque siempre vuelve nunca se marcha, siempre está aquí y
allá y en todas partes, como si tuviera tatuada en la frente su bandera. Hacia
donde miro está ella presente, el rumor de sus olas, el viento de sus montañas,
la inmensidad de un Orinoco que me impide admirar otras bellezas, aunque mis
manos palpen su tierra. Vivo atada a una memoria que ya no es mía, a recuerdos
antiguos que quizás ya cambiaron. Las voces de Venezuela, su canto, su alegría,
las traigo aquí junto al recuerdo de tiempos más felices que se enturbian con
facilidad cuando la nostalgia me ofrece su mirada sombría.
Sí,
Venezuela es un poema inconcluso que grita desde el silencio cada día. Nada hay
que pueda aplacar sus voces, porque es Venezuela la poesía.
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