Lenguaje, vulnerabilidad y pérdida: la palabra como refugio y amenaza poética en "La clase de griego" de Han Kang
En el año
2011 publicó en Corea la novela que no llegaría al español hasta el pasado año
2023: La clase de griego. Una novela corta, de pocos personajes cuyo eje
principal se centra en el lenguaje como nexo y modo de comprensión de la
realidad, junto al dolor de la pérdida. Sus protagonistas son una mujer
divorciada que ha perdido a su madre y la custodia de su hijo, lo que la ha
llevado a un mutismo selectivo. Y un profesor de griego antiguo que ha pasado
gran parte de su vida en Alemania y regresa a Seúl para enfrentar sus últimos
años de visibilidad dando clases y adaptándose a lo que será su nueva vida.
Ambos
personajes atraviesan la pérdida desde sus primeros años de vida. Así lo van
revelando los narradores que intervienen en la historia. En primera persona el
profesor cuenta su historia mientras que otra voz en tercera persona cuenta la
de la protagonista. Para ellos, la clase de griego antiguo viene a ser el lugar
donde convergen luego de una vida marcada por el dolor, el temor a la
oscuridad, las sombras personales, las pérdidas, el dolor y la desesperanza.
Si algo
marca con profundidad el ritmo de esta novela es la escritura en prosa poética
de la autora, cargada de imágenes que hacen vivir el dolor de los personajes,
sus miedos más profundos y su necesidad del otro. Para ambos la palabra es
refugio y amenaza. Ambos conocen bien el valor del lenguaje, de cada palabra
pronunciada, de cada imagen a la que remite, de su poder y su fuego.
El profesor
de griego necesita la palabra para sobrevivir a la ceguera que le amenaza desde
niño, es tanta su aprehensión a la palabra escrita y sonora que se niega a
aprender Braille porque sabe que eso significaría la oscuridad total,
adentrarse en un mundo donde las palabras, tal como las conoce, perderían su
luz, todo su sentido.
No resulta
extraño en este punto que la novela inicie con una referencia a Jorge Luis
Borges y que a lo largo de esta parte de su experiencia y sus obras también se
mencionen. Como si la ceguera que amenaza al profesor de griego fuese la misma
ceguera que cerró los ojos de Borges a la luz de la palabra. Es más, como si
Borges fuese el profesor que se siente intrigado y en cierto modo atraído por
esa estudiante silenciosa y enigmática que es capaz de escribir poesía en
griego antiguo pero que cursa todas sus clases sin pronunciar una palabra.
El profesor carga a cuestas el dolor de la pérdida que le ha dejado no solo la amenaza latente de su ceguera, sino la pérdida de la tierra natal, su cultura y costumbres, las cuales le son arrebatadas por la migración. Se ve forzado a vivir en Alemania, aprender nuevas costumbres para años después volver a su tierra y experimentar de nueva esa sensación que solo puede comprender quien ha vivido el exilio. La sensación de no pertenecer a ninguna parte.
El profesor
está solo en Seúl, ella también. Aunque ella tiene un hijo, no tiene acceso a
él con frecuencia y a demás será trasladado por su padre a otro país en pocos
días. Ella ha perdido a su madre, su hijo y la base que le daba sentido a su
existencia: la palabra. Por ello busca con desespero poder retomarla en la
clase de griego. Impedida de pronunciar una palabra en su idioma natal, la
mujer necesita descubrir en los nuevos sonidos y las nuevas formas un conducto
que le haga conectar su duelo con nuevas palabras.
Un pequeño
accidente unirá a los protagonistas al final, pero antes, deben enfrentar el
dolor de la soledad que implica la pérdida. La angustia de saber que las
palabras son siempre refugio y amenaza, complejidad y misterio. Ninguna palabra
es benévola del todo y ninguna es del todo muerte. Todo depende del modo, el
tono, la forma, el contexto. Por eso ella siente que las palabras la persiguen,
la acosan. Ella comprende que la palabra tiene un poder abisal.
Esta novela está cargada de poesía. Poesía entre su prosa y también poesía en verso. Versos que se escapan de la narración, que narran y cantan, que juegan con el silencio que acosa a los personajes y se pierden, a veces en griego, otras en su lengua original, se pierden para condensar la fragilidad y vulnerabilidad de esas dos almas que solo encuentran lugar en el espacio exacto donde palabra y silencio convergen.
Hay también
en esta novela una especie de reflexión sobre el trabajo del escritor,
particularmente, del poeta. Esa necesidad de la palabra que no llega, que
persigue y escapa, que acosa y se escabulle. El juego continuo entre el poeta y
la palabra poética. Entre ese «silencio que parecía preñado de palabras
imponderables» (p.112) y la necesidad continua de quien escribe de apresarlas,
de asirlas sobre el papel, aunque estas parezcan vivir de forma permanente
fuera de él y no dentro. Como si las palabras fuesen mariposas que es preciso cazar,
pero cuyas alas se dañan y su belleza se rompe luego de aprisionarlas sobre el lenguaje
poético.
Kang sabe
lo que hace y lo hace con precisión quirúrgica. Elige las palabras y las
disecciona a la perfección. Las dota de un sentido más profundo a través de sus
imágenes poéticas y sus metáforas capaces de recrear en el lector la sensación
de dolor y vacío que embarga a los personajes. A pesar de su narración sencilla
y la brevedad de la historia, Kang nos entrega en este libro un poema en prosa
o una narración poética sobre la complejidad de las emociones humanas, su nexo
con el lenguaje y la claridad de que la única luz posible yace siempre al borde
del otro, del encuentro con ese otro que nos permite compartir las cargas.
María Luisa
Angarita. Buenos Aires 13/10/2024
Kang, Han
(2023) La clase de griego. Random House. Ciudad Autónoma de Buenos
Aires. Argentina.
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